Soy ya mayor y, tras ver una película durante hora y media, ya no aguanto más, y necesito salir a tomar aire, a que respire esa maltrecha neurona que parece sobrevive como puede por ahí arriba.
Por eso, dosificándome, no tenía planificado ver ayer por la noche el segundo capítulo de “Las cuatro hermanas” (Claude Lanzmann, 2018), “La pulga alegre”, tras ver a media tarde el impresionante primer episodio, la primera entrevista, “El juramento de Hipócrates”, del que hablé esta mañana. Pero, una vez visto ¿cómo podía perderme más películas únicas, difíciles de ver, como esa?
Si Ruth Elias, la primera “hermana” (en la desdicha) daba la impresión de haber superado las atroces circunstancias que se cruzaron por su vida, Ada Litchman dirías que ha quedado estancada en el rosario de desgracias que tuvo que vivir. Arreglando sin parar las muñecas que Lanzmann ha colocado en el set, va contando muertes de forma monocorde, como si se tratasen de acontecimientos normales. Superó el límite asumible y ya toda aberración le resulta cotidiana, inevitable.
Hay un momento que parece que va a variar en su derrotista relato. La oyes decir que “los polacos cristianos nos aportaron mucha ayuda” y crees que, emocionada, va a lanzar una expresión de sentido agradecimiento, pero le oyes terminar la frase, en el mismo tono, con algo así como “…para acabar de hundirnos”.
Y es que pocos ánimos pueden quedar tras haber presenciado escenas como la que relata de un baile en el vagón de transporte animal que utilizaban para las deportaciones, con soldados de las SS obligando a las jóvenes deportadas, evocando algún episodio del “Saló” de Pasolini.
De vez en cuando, alguna cifra estremecedora: de las setecientas mujeres del tren en el que la llevaron a Sobibor, sólo sobrevivieron tres.
Con cierta frecuencia, la cámara se fija en el hombre que comparte el sofá con Ada. Tiene la mirada como perdida, se mantiene inexpresivo y callado y, cuando Lanzmann le pregunta alguna cosa sobre su experiencia, tiene enormes dificultades para que le responda con algo más que una palabra. También estuvo en Sobibor.
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