Si tengo endiosado a Julien Duvivier es, sobre todo, por su “Au bonheur des dames” (1930). Pero teniendo la oportunidad de ver su “Marie-Octobre” (“Cena de acusados”, 1959; en TV5Monde) no le hice ascos, aunque sólo fuera para seguir las performances de algún renombrado actor de la troupe del film.
Ahí están, por ejemplo, Danielle Darrieux (en gran dama del mundo de la costura, dando su personaje nombre a la película), Bertrand Blier, Paul Meurise (imponiendo su imponente presencia), Serge Reggiani (que casi canta junto a un piano) o Lino Ventura (en el papel de un propietario de una sala de striptease que había hecho lucha libre…), todos ellos y otros cuantos reunidos en un Chateau aparentemente para conmemorar quince años después la muerte de su líder en el grupo de la resistencia del que formaban parte.
Es el título español, sin embargo, el que explica mejor de qué va la película, porque si se reúnen 15 años después los once miembros de la red de resistentes deshecha en 1944 es para desentrañar cuál de ellos fue quien cometió la traición que llevó a la muerte de su líder…
La película entra dentro, pues, de ese grupo de films, en general muy apreciados por el público, que comportan, según se dice, la fijación del carácter psicológico de cada uno de sus personajes. Pero aquí, sin verse demasiado la lección moral que quiere destacarse, como en las tramas basadas en Ágata Christie, todos parecen, en uno u otro momento, tener posibilidades de ser el traidor.
Y es en este punto en el que llego a entender los reproches de los cineastas que formarían parte de la Nouvelle Vague respecto a Julien Duvivier. No es que no destaque la puesta en escena de la película. Al contrario: salvo unos títulos de crédito muy “langianos”, en los que se ve el recorrido de un coche al anochecer por una carretera bordeada de árboles, todo se desarrolla en el decorado que figura ser una elegante sala, enorme, con techo, mostrado éste por una cámara situada en una posición muy baja, que obtiene planos en contrapicado de los personajes muy peculiares. Y todo el film se convierte en una laboriosa coreografía con sus actores en evolución uno a uno (grupo expectante los demás), desplazándose mucho, atrayendo el movimiento de la cámara.
Hay, entonces, puesta en escena hasta en exceso, pero -o así lo veo yo ahora-, es todo lo contrario a esa espontaneidad buscada por los de la NV, que se exprimían las meninges para obtener una sensación de realidad… que aquí se busca mediante el completo artificio.
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