miércoles, 15 de junio de 2022

El tesoro de Arne


¡El poder de las miradas del cine mudo! -se admiraba Jacques Rivette ante Serge Daney en el capítulo de “Cinéma de notre temps” que Claire Denis le dedicara en 1990- No me refiero a los Murnau posteriores -aclaraba-, sino a los mudos suecos, como Stiller, de por 1920. Son de una frescura que luego nunca más ha sido posible.
Aún con la duda de si hablaba en realidad de la del cineasta, me he tomado lo de las miradas literalmente, y me he puesto a ver “El tesoro de Arne” (Mauritz Stiller, 1919; en Netflix) fijándome especialmente en las miradas de los personajes. Miradas bajas, miradas al de enfrente o al de al lado, pero sobre todo miradas limpias, que abren con nitidez al contraplano del plano siguiente.
Sea por eso o por lo que sea, lo cierto es que la película, vista hoy en día, sigue una trama que fluye de forma sorprendente, de tanto en tanto punteada por algún encuadre que recuerda a cierta pintura flamenca o pausada mediante un pictórico cierre de iris y solo lastrada por unos más que prolijos intertítulos.
Unos sanguinarios mercenarios escoceses huyen hacia su país, pero no sin cometer atroces tropelías. Este mínimo argumento de base da para todo lo anterior y para la aparición en cuadro de unos cuantos fantasmas (espectros, vigilantes, correspondiendo a los asesinados) y, al final, un espectacular cortejo de figuras negras sobre el mar helado.




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario