domingo, 1 de noviembre de 2020

L’enfant secret




Ha tenido que ser al tercer intento, pero éste ha sido, felizmente, el definitivo. Los primeros quince minutos de “L’enfant secret” (Philippe Garrel, 1979, en MUBI) te trasladan a esas películas iniciales suyas casi imposibles, alguna sin banda sonora, todas ellas nada proclives para una sesión en la que no estés totalmente despejado. Los había recorrido recientemente un par de veces, parando tras ellos la reproducción, diciéndome que realmente no tenía el día. Hoy, después de un par de cabezadillas previas, ya despierto, la he vuelto a retomar, desde su principio, y llegó la magia.
Viendo su filmografía, “L’enfant secret” debe ser la primera en la que Garrel inicia su recorrido (no abstracto) autobiográfico, que luego ya no abandonó. Ese hijo secreto no puede ser otro que Ari, el hijo que Nico tuvo con Alain Delon (quien no lo reconoció), que se crió con su abuela (¡la madre de Delon!). Las otras claves (Nico, el propio Garrel) caen entonces por su propio peso.
Superado el desconcierto inicial, me ha sorprendido el film (cautivador, en cualquier caso) por su gran contraste entre unas escenas con voluntad narrativa pero que se descubren muy burdas, con torpezas propias de cierto cine amateur, y la perfección de ciertos encuadres, con una fotografía en un contrastado blanco y negro por momentos preciosa, en la línea de la de “La maman et la putain”. Y por esa revelación como embrión de todo lo que vendrá después, ganando fuerza narrativa (hasta perder poesía, según algunos detractores del Carrière colaborador suyo de los últimos tiempos), hasta nuestros días.
Éste es aún un film de retazos, que retoman -me digo- elementos de esos que vuelven a la memoria una y otra vez. Retazos que reproducen momentos felices con el personaje interpretado por Anne Wiazemski (Nico...), abrazos, correspondencia amorosa,... en encuadres que dejan boquiabierto. Pero también otros con memoria de electroshocks, clínicas psiquiátricas (las propias de Garrel), correspondencia que notifica hechos terribles, desencuentros y el encontronazo con la perdición de la droga, que en tantas películas posteriores dice también que le han arrebatado lo mejor de su vida.
Retazos servidos al principio con secuencias mudas (no sé si testimonio del film supuestamente en rodaje), en capítulos titulados de una forma que no es que aclaren mucho, y captación de angustias y remordimientos, con cruces entre el cine y la vida.
Seguramente Garrel empezaba a expresar en su cine directamente sus apasionadas y luego desgarradoras experiencias amorosas, que aún tenía muy, muy cercanas.






 

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