lunes, 16 de noviembre de 2020

Resistenza naturale

El inmenso caserón, en una colina de la Toscana cercana a Siena.

La felicidad de vivir.

Una pareja de viticultores jóvenes entre sus viñas. Obsérvese que las viñas coexisten con una intrincada mezcla de unas quince especies diferentes de hierbas.

No recuerdo si “Montovino”, una película anterior (2004) de Jonathan Nossiter que versaba sobre un tema similar (allí los críticos vinícolas que apostaban y casi conducían hacia una total estandarización del vino) tenía como esta “Resistenza naturale” (2014, sobre unos cuantos agricultores vinícolas italianos, que se resisten a ella), una cámara en mano tan ligera y libre como ésta, dejando claro su absoluta libertad, como si de un aficionado haciendo un reportaje familiar se tratase.
La estructura del documental es sumamente sencilla: Nossiter se introduce en varias familias de productores de vino independientes italianos, de la zona de Génova, de la Emilia y de la de la Toscana, dando la impresión de que hasta se hace amigo de ellos, y les va filmando mientras le explican por separado y en reuniones conjuntas sus razones frente a la explotación “industrial”, que son muchas e impactan. De tanto en tanto, para ilustrar lo que les oye decir, aunque sea metafóricamente, interroga también al director de la Cineteca de Bolonia e inserta alguna secuencia de películas de gente como Soldati, Pasolini, Chaplin, Rossellini o Monicelli.
Varios de ellos, en su empeño de respetar lo que les da la tierra que cultivan, a la que no añaden ningún insecticida ni fertilizante, aún tratándose de los agricultores más tradicionales de sus lugares, han debido renunciar a la denominación de origen, que exige una estandarización que no están dispuestos a aceptar.
He aprendido viéndola, además, un montón.
Entiendo ahora que se burlen de que les declaren su vino blanco, con un acusado color óxido debido a un verano seco y muy caluroso, “no conforme”: no presenta el color pajizo con reflejos verdosos que exige la norma y que -se burla otro cultivador- es el mismo que le exigen para su vino blanco a seiscientos kilómetros de ahí. Ellos no hacen más que no tergiversar lo que dice la tierra y el tiempo de cultivo.
Sé apreciar también ahora, pese a la imagen de productividad y potencia que ofrecen, que las grandes extensiones de monocultivo -aunque sean de viñas- indican que estás viendo una tierra devastada, falta de la variedad de cultivos que da la riqueza al suelo y la belleza inaudita de ciertas zonas resistentes de la Toscana.
Eso se aprecia, sé ahora, mucho más en las enormes superficies de cereal. Una espiga de trigo “natural” penetraba la tierra -dice uno de los personajes de la película- profundamente, estableciendo toda una red filiforme muy amplia. La proximidad de la roca le otorgaba una enorme riqueza mineral al pan que de ella se obtenía, mientras que ahora, en los cultivos actuales, que apenas si se introducen más allá de una muy reducida capa superficial, la pierden irremisiblemente. De ahí, quizás, todo ese batallón de alergias ahora tan extendidas entre la población. El mismo personaje señala, en otro momento, la directa proporción que existe entre la extensión de diversos tipos de cáncer y la intensidad agrícola de la zona.
Se ven en el film unos paisajes de una increíble belleza. Paisajes todos ocasionados por la mano del hombre. Desde unos enormes caserones delante de los cuales, en una mesa de madera, comen y hablan para la cámara nuestros personajes, todo ello regado con sus vinos (causándonos una envidia tremenda) hasta ese tapiz vegetal, ese variado patchwork del que hablaba, pasando por ese castillo de los Spinola, los banqueros genoveses de la Europa del siglo XVI, hoy casi abandonado, dando a entender el poco valor que se da a la historia.
Con tanta presión existente en ver por Filmin, en un tiempo muy limitado, unas películas de festivales de mucho nombre que luego van y resultan bastante anodinas además de como cortadas por un mismo patrón, esta sencilla película, que he visto estaba también en Filmin entre la oferta del Most, un festival mucho más modesto sobre cine relacionado con el vino, me ha supuesto lo mismo que beber una refrescante jarra de agua fría en medio de la canícula.

Y sin oler a ningún producto añadido.

Otro viticultor, éste de una zona interior próxima a Génova -“se siente el mar detrás de estas colinas, señala”-, compara la tierra de unas viñas vecinas a las suyas (compacta, muerta) con las propias (de un color mucho más vivo, aireadas, llenas de vida orgánica).

La heredera de otras tierras, que dice quiere pasar después a sus sobrinas. Ha ido aprendiendo el oficio.

Reunión de cultivadores para una comida ante la cámara.



 

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