Inocente y poco seguidor de estas cosas (siendo “estas cosas” los tejemanejes político-financieros y los familiares de la jet set) ayer, de no estar cómodamente repantingado en el sofá ante la tele casi me caigo de espaldas cuando veo que me están diciendo que fue Rudolph Murdoch quien, posiblemente, más incidencia tuvo para la derrota de los conservadores y la ascensión al poder en Gran Bretaña del “nuevo socialismo” de Toni Blair.
Esa fue una de las cosas que me mantuvo pegado al primer episodio de un reportaje en forma de serie televisiva, “La dinastía Murdoch” (Jamie Roberts, 2020), que poco después dejaba a las claras cómo lanzaba el grupo de empresas de comunicación hacia la desastrosa aventura de la guerra contra Irak, para “derrotar a Sadam Hussein y acabar con sus armas de destrucción masiva”.
Apareciendo gente próxima a Rupert Murdoch e incluso miembros de su propia familia, me iba diciendo, debe ser que lo dejan bien parado. Pero, sin embargo, la impresión que obtienes de su actuación en todo lo que aparece en este primer episodio, es, además de previamente impensable en una democracia como era Gran Bretaña, literalmente asquerosa. Casi provoca el vómito. Y te hace mantener bien escéptico, reticente ante cualquier tipo de movidas políticas de envergadura, de esas que mueven con pasión a las masas.
Me parece que intentaré ver los episodios siguientes. Aunque no creo que aparezca, por su insignificancia dentro de la gigantesca magnitud del poderoso universo montado por Murdoch, no quisiera perderme la eventual aparición de uno de sus empleados, nuestro nunca suficientemente bien ponderado José María Aznar.
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