De tanto en tanto es un gustazo ver una pelicula como “El hombre que nunca existió” (Ronald Neame, 1956, en Filmin), una de esas típica británica, de estructura y lenguaje sin sobresaltos.
Viéndola iba pensando que es del tipo que gustaba a mi padre, hombre de gustos cinematográficos conservadores, con una tendencia muy fea a primar el cine bélico y de ser posible aquel que ensalzase la flema británica, tan alejada de la brabuconería de los alemanes y otros mucho más cercanos de entonces. Hay que entender su debilidad. De joven, muy interesado en seguir la contienda mundial, iba no sé si al consulado o al instituto británico, donde le daban el “Illustrated London News”, con grandes reportajes con muchas ilustraciones sobre las batallas, los navíos de guerra británicos, etc.
La película se basa en tópicos que quizás no están tan alejados de la realidad: El irlandés se santigua antes de una acción comprometida y en una reunión se oye a un científico inglés diciendo a los organizadores del engaño para que los nazis creyeran que el desembarco en el sur de Europa no tendría lugar por Sicilia que tranquilos, que en España no había nadie que pudiera analizar bien un cuerpo y señalar su verdadera causa de muerte.
Posiblemente esa frase incidiera en que la película (creo) no se estrenara en su momento, con lo que mi padre se quedó sin disfrutarla. Le habría gustado de principio a fin, con sus ambientes militares casi de club británico, con personajes muy patriotas pero sin arrogancia, como cosa natural, sin darse importancia por ello, y ese final tan de fair play, ratificando la caballerosidad británica. La Gran Bretaña actual de Boris Johnson no creo que le hubiera, en cambio, convencido.
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