El epílogo de “La muerte del trabajo” (Michael Glawogger, 2005, incitada a ver por José Luis Márquez, que ofreció el enlace que cuelgo yo también abajo) muestra unos niños de excursión por el parque en el que se ha convertido una acería alemana, como dando por válido el título del documental. Pero son unas imágenes que pueden llevar a una conclusión engañosa. Si en Alemania han podido hacer estas virguerías en los sitios en que funcionaba su industria pesada, es porque han exportado toda su industria nociva a países del tercer mundo, como deja intuir parcialmente algún relato de los presentados.
No es “La muerte del trabajo” una película de esas que levante el ánimo. En ocasiones, además (y el caso de esa especie de matadero gigante nigeriano al aire libre, a donde la gente lleva sus animales y paga para que se los maten, asen y despiecen, es el más evidente), hay que tener valor, o estar bastante enfermo, para aguantar sin pestañear cosas tan desagradables. Ahí está toda la atrocidad de “La sang des bêtes”, pero sin un ápice de su poesía.
Apenas si se ven capataces, y no digamos ingenieros o directores de los trabajos. Quizás sea que no han permitido su aparición en el documental, pero eso de a veces la impresión de que los propios trabajadores se entregan voluntariamente, animosamente, a su horroroso y peligroso quehacer.
Viendo alguno de los episodios, y más concretamente el de Nigeria, llegué a preguntarme si José Luis me quería mal, enviándome este recadito. Pero he de concluir que no, que su visión me ha llevado a una serie de enseñanzas y correspondientes conclusiones, que creo positivas. Una es que nunca iré a hacer de turista a una montaña de azufre indonesia, mientras me cruzo a unos pobres desgraciados que no acuden allí por la belleza de esos tonos amarillos. Una segunda es valorar seriamente lo de convertirse en vegetariano. Otra tercera es no dejar decir a nadie que vivimos en una sociedad avanzada mientras no se exija en trabajos y productos (aquí y allí) que se produzcan con un sueldo justo y en condiciones de seguridad absolutas.
De modo que gracias, José Luis. Pero: ¿qué tal en otra ocasión una comedia, una de aventuras o así?
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