¡Qué extraña película “Yoshiwara” (1937)! El recorrido de Max Ophuls por varios países estropeos tras salir de Alemania en los años 30 está lleno de películas extrañas, singulares, para bien o para mal. Ésta narra, con gran convicción, una historia de amor(es) desatado(s), ambientada en Japón a finales del s.XIX.
Un aspecto de composición en medio de unos decorados más bien sus géneris alerta nada más empezar del cuidado formal y de todo tipo del film. La protagonista se recluye, a la muerte de su padre, sin medios económicos para salvaguardar a su familia, en una casa de geishas, donde la van a formar como tal. Tras el primer paso que da en ese recinto la vemos tras diferentes enrejados, dando la impresión irremediable de prisionera.
A la extrañeza colabora, y no para bien, que los diálogos de una película que se presenta con tal gusto y motivos japoneses sean en francés. Al cabo de un rato, olvidamos por un momento el tono japonés y entramos en una historia rusa... rodada no se sabe muy bien donde, pero en la que los rusos hablan también francés.
Y, para acabar con la relación, una pelea de gallos aporta hasta la nota mexicana.
Los dos amores (de un culi y de un oficial ruso) apuntan a un mismo vértice, la chica de buena familia que se ha convertido por voluntad propia y sacrificio en geisha. Uno contempla su objeto del deseo con ojos entornados, de lejos, entre la niebla. El otro se monta una romántica historia ideal con decorados como el del tren de aquella atracción de feria de “Carta a una desconocida”.
Para dar el tono romántico desatado de la película colabora en gran medida la música, retomada en algún momento como tarareo por los dos o uno de los dos de la pareja. En este sentido, un encadenado de escenas que marcan el paso del tiempo, por ejemplo, vienen subrayados por la tonada principal.
Desde el principio de la película, aún en sus momentos de felicidad o comicidad, una fuerte idea de fatalidad la recorre.
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