¿Qué pasó entre 1933, año de realización de “Okrania” y 1951, el de “Un verano prodigioso”, para que el cine de Boris Barnet cambiara tan esencialmente, hasta solo tener parangón en el cine chino de la Revolución Cultural o en los carteles de propaganda norcoreana?
La respuesta la da, claro, la evolución de la historia de la Unión Soviética de Stalin.
En “Un verano prodigioso” Pietr regresa a su pueblo y parece que algo de historias personales al margen van a existir, pero sí están ahí no es para mostrar la habilidad de Barnet, sino para certificar las dificultades pese a las que se pueden encontrar en el desarrollo de los programas de un Koljós y cómo el entusiasmo va contagiándose hasta lograr la mejor producción agropecuaria del siglo.
Me suelen gustar mucho, vistos desde aquí y ahora, los cuadros del realismo socialista, con ese efecto cromo tan divertido, pero puestos en una película se hacen pesadísimos. Claro que no tanto como debió ser vivir ahí en ese momento, golpeados por una realidad que sólo una propaganda marciana se atrevía a tergiversar de forma tan edulcorada e hipócrita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario