Veía “Uno Rojo, división de choque” (Samuel Fuller, 1980) como un “Hazañas Bélicas” más del director. Pero me la pasé ayer (grabada en Movistar de TCM; está también por Filmin), y no es que no esté llena de bromas chuscas y bravuconas, de efectismos sin fin, pero alguno de estos efectismos me hicieron verla al completo y hasta apreciarla.
Me imagino a Fuller, que ya debía estar viviendo en Francia, fanfarrón, repartiendo anécdotas de la guerra entre calada y calada de su eterno puro en cualquier fiesta de la capital francesa. Al final, debió hilvanar todas esas -muchas veces increíbles- anécdotas, en las que las tropas norteamericanas reciben el cariño de los franceses y las italianas, y dio estructura a la película, que acaba, cerrando el círculo, pese a la ensalada de fuego mútuo previa, con un sorprendente canto universal al amor entre los habitantes de este mundo.
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