He puesto en Google “Català Roca cine Barcelona” para dar con una imagen bonita de cine, y me ha aparecido esta de las luces exteriores del Coliseum anunciando la película en cartelera.
Cuando fui a la presentación de “Los cines de mi vida. Barcelona 1950-1970” (Carlos Mir. Comanegra, 2023) en lo que había sido la pantalla y escenario del antiguo cine Alcázar, detecté una incompatibilidad entre mucho asistente joven y/o de otros barrios, que veía no podían hablar con Mir en su mismo lenguaje, porque no habían vivido lo mismo o, cuando menos, en el mismo momento y espacio.
Ahora, al leer con detalle el libro, pese a que conocí y guardo recuerdo de 36 de las 38 salas de cine de Barcelona a las que dedica un capítulo, veo que cierta distancia generacional (me lleva unos cuantos años) lleva a que, salvo en unos pocos casos, yo no haya visto las películas que nombra en los cines que indica. Un ejemplo: por cuestión de edad no llegué a los cines de arte y ensayo cuando empezaron en la ciudad (el 1967), y compruebo que casi todas las películas que vio en esos cines los tres primeros años los pude ver con posterioridad, de un reestreno que para mí fue auténtico estreno en el Alexis, que ejerció en mí un papel de auténtica filmoteca.
Así las cosas, me he de refugiar, para gozar de coincidencias, en varios lances, pequeñas memorias, de su relato.
Ahí están, por ejemplo, los esfuerzos para superar el primer filtro -la taquillera- y el segundo -el que cortaba las entradas a la entrada de la sala- cuando querías pasar a ver una película no autorizada para los de tu edad (recuerdo el “No es per la vostra edat, ratetes” que nos espetó, reproche en el fondo condescendiente, la taquillera del Astoria cuando unos amigos y yo fuimos a ver una película bélica en la que los aviones ingleses hacían raid tras raid por un largo fiordo noruego para bombardear una base de submarinos alemana).
Y cosas que había olvidado por completo, como esa gran pendiente hacia la pantalla que presentaba el Spring, que te obligaba a ir frenando, si llegabas a media proyección, para no acabar incrustrado en la pantalla. También esa primera imagen -una vagoneta descendiendo- en la primera película del auténtico cinerama vista en la ciudad (“Esto es Cinerama”). O los relojes marcando cada uno la hora de una ciudad del mundo en el vestíbulo -más bien pasillo- del Savoy.
Fueron los cines tan populares que todos los que buscan imágenes de ellos -y este libro no es una excepción- suelen tener graves problemas para encontrarlas: ¡Nadie hacía fotos de las salas de cine, de tan familiares que resultaban! Y, si se hacían -que no- como solían estar muy a oscuras, no había forma de sacar una imagen luminosa de ellas. De ahí el recurso de poner el pasquín de las películas citadas, que además no pagan derechos.
He anotado un par de paseos, para ver si realmente quedan detalles como por ejemplo ese nombre del cine Bonanova, cuya concreta ubicación en la ciudad, como la del Provenza, o algún otro, no recordaba, teniendo sólo en la cabeza una nebulosa área de la ciudad.
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