Totonno y Mario, abrigados y dispuestos a enriquecerse en un gris norte de Alemania.
En una secuencia en exteriores por una Alemania en plena fase de explosión de prosperidad, al fondo del plano se aprecia un coche de caballos por la calzada de adoquines: aún quedan huellas de los destrozos de la reciente guerra.
Se inicia “I magliari” (“Los mercaderes”, Francesco Rosi, 1959) con unos planos secuencia que te hacen pensar estar viendo una película de cine negro norteamericano de la época. Pero Mario (Renato Salvadori) entra en un restaurante y allí está, inconfundible, mostrando que como histrión no le gana nadie, Totonno (Alfredo Sordi), romano entre napolitanos, todos ellos en Alemania decididos a hacer trapicheos mil comerciando telas de forma no muy ortodoxa para poder así volver enriquecidos a una Italia donde todo está empobrecido.
Alberto Sordi con problemas con la mafia polaca, utilizando al guaperas de Mario para sus propósitos, todos desplazados en un bien gris norte de Alemania, lanzados al ambiente de juerga de St. Pauli, quizás “I magliari” no acabe de resultar tan redonda como otras películas de Francesco Rosi, pero admira su capacidad para ofrecer un cine vivo que, claramente, toma el pulso y expone la más rabiosa actualidad, las vitales preocupaciones del momento.
El Romano Totonno y los napolitanos que empiezan a sospechar del negocio de telas al que les ha arrastrado.
Monólogo del histrión Sordi, en su papel.
El puerto de Hamburgo.
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