En composición de la bandera francesa. |
Pues me parece que se hace más visible hoy, sabiendo desde un principio que ya no es nada, “Y Dios creó a la mujer” (Roger Vadim, 1956). Puedes ponerte el sombrero de analista sociológico (oír sin inmutarte, por ejemplo, ese “si fuera tu padre o hermano te pegaría”) y, alternativamente, reír y llorar con la película. No por lo que cuenta, que también (una especie de tragedia griega con reducción final), sino por cómo de mal lo cuenta,
Te queda, además, observar el Saint-Tropez de mucho antes de la congestión de super-yates de los nuevos ricos de todo el mundo, con su puerto prácticamente vacío y coches pudiendo aparcar sin problemas frente al café, y sintiendo toda la Costa Azul de entonces como un paraíso rural, sin construcciones, con playas blancas kilométricas, desiertas.
El puerto de Saint-Tropez, tratable. Llega en su descapotable un Curd Jurgens que en varias ocasiones te dice que estás viendo a Bertín Osborne. |
Vadin siempre se mostró torpe, haciendo pagar con tedio al espectador que acudía, ilusionado, a ver cómo desnudaba a su mujer de turno. Aquí casi te hace llorar de emoción cuando coloca a la pareja en la arena blanquísima de la playa, con los colores azul y rojo que completan la bandera francesa enmarcándolos. O creando un estudiadísimo cuadro partiendo con un tronco de pino en diagonal la pantalla, uno a cada lado. Pero, sobre todo, viendo esas peleas sólo posibles en películas malas de solemnidad que ahora, con el tiempo, se vuelven simpáticas.
Todo el rato esperando la correspondiente escena de BB en tour de force erótico, pasando por alto su mala pata interpretativa, mientras que al pobre Jean-Louis Trintignant le ha tocado el triste papel de pánfilo, el personaje de Christian Marquand resulta de un increíble carácter estilo montaña rusa y viendo por momentos que Curd Jurgens dirías que emula a Berlín Osborne
El baile demoniaco de BB, muy bien conjuntada entre dos de sus tres. |
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