jueves, 27 de febrero de 2020

Yara

El borrico
Me ha gustado como empezaba “Yara” (Abbas Fahdel, 2018). Un borrico, unas cabras, unos gatos en libertad. Una chica dormida a pleno día tendida boca abajo en su cama. Se despierta (quizás, es verdad, con su largo pelo excesivamente peinado) vemos cómo mira un paisaje mediterraneo enmarcado por una puerta.
Yara
Y su abuela. Tras ella, la parra.

Vive con su abuela en una modesta casa en unos bancales, en la ladera de un empinado valle cuyas paredes recorre una y otra vez la cámara antes de cambiar de plano. Es verano. Tiende la ropa en una terraza cimentada, mientras su abuela descansa bajo una agradable parra enfrente de su casa.
La cama de Yara y, colgada detrás, la escopeta.
Buscaba una imagen del paisaje encuadrado como aquí visto desde el interior de la casa, pero vacío, plano que se repite bastante, pero no lo he encontrado. En la imagen, Yara con Elias.
Las casas del valle están vacías. Sus habitantes, según dice ella misma, han muerto o emigrado. Aún así, por el sendero pasan los que les llevan suministros y ayudan con alguna tarea. Es verano y el sopor producido por un calor que se siente, aunque compensado por la altura, lo domina todo.
Poca cosa más. Quizás saber si el chico que la va a visitar y con él que se encariña acabará yéndose a Australia, si ella deberá usar la escopeta que tiene colgada encima de su cama por si, viviendo prácticamente sola ahí, es necesario.
Yara, que acaba de conocer a Elias. Pasaba por ahí, ha bebido un poco y se ha dejado la gorra.

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