viernes, 7 de febrero de 2020

Fellini 8 1/2


También “Fellini 8 1/2” (1963) se inicia con una escena en la que el personaje (la cámara), escapando en este caso de un atasco, se eleva hacia el cielo, para mirar la superficie de la tierra y sus gentes desde ahí. Como en “Andrei Rublev” (1966) o “La infancia de Iván” (Andrei Tarkovski, 1962: la casualidad de haberla visto precisamente ayer...). Quizás obedezca a la intención de los cineastas, en esa época, de elevarse para contemplar con perspectiva su mundo...

En el film acabado de ver hoy en una abarrotada sala Chomón de la Filmoteca la escena acaba, definiéndola como pesadilla, en la caída libre desde las alturas. Sigue luego otra escena en un escenario casi de Kubrick, en un interior de un balneario, para pasar luego al escenario principal del film, los jardines del gran balneario al que se ha ido a refugiar el creador para ver cómo saca del atasco su film. Toda una colmena de personajes rodean y desesperan a Marcello Mastroianni, hasta que de pronto aparece Claudia Cardinale, que corta de cuajo y deja muda la banda sonora.

Borrachera de recuerdos de infancia, con sueños en que aparecen sus padres (impagable esa escena en el cementerio, en la que su padre le recrimina como quien no quiere la cosa la poca altura del techo de su mausoleo), atropellado revoltijo de pensamientos, pesadilla de encuentros, sugerencias, peticiones de gente próxima que atosiga al realizador en escenas convertidas ya en icónicas o no, que agotan al espectador hasta que, de repente, un instante único te justifica todo ese calvario anterior. Y no siempre corresponde a una nueva aparición de Claudia Cardinale.

Y la redención -si hiciera falta- de toda la película mediante su famosa escena final, junto al mar, con la Epifanía del niño dirigiendo a esos destartalados payasos, Marcello haciendo evolucionar a toda la troupe, volviendo a la esencia, el origen de las cosas. Y la emoción de la música de Nino Rota otorgando una nueva vida.

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