lunes, 10 de febrero de 2020

Amarcord

La aparición del mítico Rex.
Está muy bien ese inicio con los milanos volando por toda la ciudad, anunciando la llegada de la Primavera...
El árbol (había puesto la encina, pero me temo que es otro tipo de árbol, del que no conozco su nombre) del Voglio una dona!
“Amarcord” (Federico Fellini, 1973) forma parte de ese pequeñísimo grupo de películas de las que te acuerdas de casi todas sus escenas, por tiempo que haya pasado desde la última visión. Ha entrado a formar parte del conocimiento personal y colectivo, hasta bien dentro. El jocoso recuerdo de cada uno de los profesores escolares, el pobre loco que se sube a un árbol ygrita angustiosamente “Voglio una dona!”, el misterio de un día de espesa niebla, la salida en barcas para divisar el paso del Rex, el día de la fuerte nevada que hace salir a la gente para ver caer los copos hasta de la sesión del cine Fulgor,...
La comida familiar.
Queda entonces redescubrir pequeños detalles olvidados sorprendentemente, porque se descubren muy buenos: ese barbero contando a sus parroquianos que fue el hijo número 14, por lo que su padre, desesperado, le puso por nombre Definitivo. Ese presumido empresario de cine, que disfruta orgulloso siendo llamado Ronald Colman. El mandatario fascista obligado a decir frases definitivas, soltando eso de “Juventud granítica” para valorar públicamente a los chicos que le dedican un ejercicio. Esa prueba definitiva (ahora todo me aparece como definitivo...) de amor que el ridículo tío fascista dice que le ha dado una porque le ha ofrecido su “intimidad posterior”.
La Gradisca yendo de paseo con sus amigas.
Muy bien. Un auténtico placer, pues. Si no fuera porque ayer domingo hasta se agotaron las entradas y la sala Chomón de la Filmoteca estaba abarrotada, con lo que el calor animal, acompañado de la potente exhalación de alguna próxima digestión difícil, se hacía insoportable. Eso y que mi vecino de butaca (y yo sin escapatoria posible), reía y gesticulaba ante todas las gracias y, sobre todo, iba canturreando por lo bajinis íntegramente la brillante música de Nino Rota, dando un auténtico concierto de rumor de fondo. Un placer, digo, que se me convirtió por momentos en tortura.

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