Presentan a Salomé Lamas, ella sentada en medio, en un discreto segundo plano. |
Si la Filmoteca programa una película de Salomé Lamas (“Extinción”), cineasta portuguesa perteneciente a un tipo de cine que no suele frecuentar, conviene ir para apoyar ese hecho. Eso hice anoche, aunque saliéramos a medianoche del edificio y alguna de las pantallas en negro de la película, solo cruzadas por conversaciones en la banda sonora, se hicieran a esas horas durillas para no caer rendido en algún que otro momento por el sueño.
Quizás debiéramos empezar -a mí, por lo menos, me habría facilitado las cosas- con algo de geografía política, porque a donde va a rodar Salomé Lamas es a Transnistria, y conviene, seguramente, situarla en el mapa. Es uno de esos numerosos terrenos que está aún ardiendo tras la extinción de la Unión Soviética. Actualmente es una república con pasaporte no reconocido por ningún estado del mundo, limítrofe con Ucrania y procedente de una escisión de Moldavia. Pero si la realizadora ha ido allí ha sido para captar las sensaciones de patear un país que, entre extrañas ruinas de monumentos de la URSS esperando destino, puede ser el paradigma de lo que son los lugares fronterizos.
Kolya |
Fue curioso oír ayer a Salomé Lamas confesando que más de una vez estuvo tentada de abortar la película y que incluso le propuso al productor olvidarse de ella, dejándola en el estado de experiencia vivida. Una experiencia que hizo demorar la película, iniciada el 2014, lo indecible (se acabó el 2018) y que parece que le ha dejado sin saber muy bien si su resultado como film le ha dejado satisfecha o no. Habla, por ejemplo, de Kolya (ese ex-soldado ruso que surge en un ambiente casi quemado de tan blanco -ver foto- y que parece conducir toda la trama) como de un personaje fallido.
Cuestiona la sinrazón y arbitrariedad de las fronteras -envueltas aquí en una niebla que hace los sitios más irreales si cabe-, pero a la vez en uno de los textos incorporados se oye decir que “¿a dónde podríamos escapar en un mundo sin fronteras? ¿A dónde podríamos ir?” mientras desde el coche se va contemplando un fantasmagórico paisaje nocturno y, más tarde, cubierto por una espesa niebla.
Accediendo a uno de los monumentos que edificó la URSS, ahora buscando un destino. |
En el interior del monumento reciben unas pinturas de Marx y otros prohombres y se aprecia el interior del monumento, en total ruina, se viene abajo. |
Todo en el film -incluido un sonido muy trabajado- es intrigante, aporta una sensación de opresión y extrañeza.
Acabada la proyección, entró la sesión en uno de sus momentos más interesantes, con Salomé Lamas entrando en discusión consigo misma sobre lo que había experimentado en la realización del film y sobre si el resultado había sido algo más que una pista acerca de una de las muchas películas que habría querido abordar.
En un momento dado del coloquio, el cineasta Manel Montaner, micro en mano, todavía sorprendido por la película, admirado, pero a la vez dudando sobre lo que podía llegar a deducir de ella, explicó que quizás la conclusión a la que llegaba era que lo que había retratado era humo. Dijo que había pensado, viéndola, en Paul Celan, e inició uno de sus poemas, a continuación alertando de que Celan era judío y todos sabemos cómo acabó. Salomé Lamas sólo le contestó con un “gracias” que al darse por finalizada la sesión, acercándose hasta él, le repitió de nuevo.
Al final del coloquio, expectantes, escuchando atentamente lo que dice y por dónde va a salir Manel Muntaner, que se ha hecho con el micro.
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