Me he leído este librito de Román Gubern en un suspiro (bueno: en varios, pero se puede hacer en un abrir y cerrar de ojos) y, a parte de recuperar el gusto por los Cuadernos Anagrama, he apreciado también el retrato que te proporciona de su autor.
Lo de los Cuadernos Anagrama (o Tusquets, o Marginales) de la época era una costumbre benefactora. Regresando de alguna salida nocturna procuraba hacer una última parada en un Drugstore, esos inventos de los años 70/80 que ofrecían buenos libros a altas horas de la noche. La opción de uno de estos pequeños ejemplares como lectura nocturna hasta que venciera el sueño estaba siempre ahí y era de las más escogidas.
Digo que este "Un cinéfilo en el Vaticano" permite trazar un retrato de Román Gubern porque está realmente escrito en primera persona y proporciona bastantes ejemplos sobre su personalidad. Es un libro muy bien documentado, del que puede uno sacar una idea bien establecida sobre las posiciones de los Papas y la Iglesia con respecto al cine, sobre los dogmas cristianos y las pinturas y películas que han tratado sus grandes temas religiosos. Es un libro de un erudito, pero también permite una notable diversión por los tradicionales y malévolos apuntes de Gubern (sobre, por ejemplo, el inglés de Sarita Montiel, la interpretación de alguna escena de los frescos de la Capilla Sixtina, las muestras de somnolencia de Zavattini, o la muerte de Juan Pablo I).
Además, el librito ha conseguido ponerme los dientes largos. Siempre he desarrollado una gran curiosidad por conocer los intríngulis patrimoniales y organizativos de ese estado tan peculiar que es el Vaticano. Una curiosidad no dejada satisfacer por el ejército vaticano, en forma de un guardia suizo de esos vestidos del siglo XVI que me barró a lo bestia el paso cuando una vez intenté, inocente, seguir calle arriba por el núcleo urbano más allá del espacio reservado para los turistas.
En otra ocasión, pese a mi aversión a subir a pie escaleras, me apunté a ver la cúpula de la Basílica de San Pedro para intentar atisbar desde las alturas alguna de las cosas ocultas a los que no gozan de pasaporte eclesiástico vaticano. El premio de la subida fue ver desde el aire la terminal ferroviaria del Vaticano, pero Gubern ha conseguido, sin subir escalera alguna y sin necesidad de ser nombrado cardenal (que es a lo que yo apuntaba para tener carta abierta por el recinto, y poder así también ver la Capilla Sixtina sin agobios), conocer por su cuenta, sin esconderse de los de la Guardia Suiza, pues a él le han abierto el paso, los diferentes servicios del Vaticano, como esa Farmacia que dice, y gracias a él nos enteramos, dispone de la más amplia gama de medicamentos de todo el mundo.
La fotografía de Román Gubern, que apareció en El Periódico, es de Manu Mitru y la de un guardia suizo ante una calle vaticana con apariencia de mucho más privada que la que yo intenté, curioseando, recorrer, la he sacado de Depositphotos.
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