Te quedas sorprendido cuando te dicen que Mariano Llinás, con “La flor”, ha hecho una película de 14 horas, superando hasta al “Out 1” de Jacques Rivette. Hay ahí, sin embargo, una pequeña trampa. Lo que ha hecho bajo ese nombre, en realidad, son seis películas. Tampoco deja de tener su enorme mérito...
Ayer le tocó el turno de proyección en el Zumzeig al tercer episodio, ese al que todos sus espectadores coinciden en señalar cómo el más acertado. Ese episodio, ya de por sí acercándose a las seis horas (quizás cinco: tengo un lío enorme, con tanta pausa y el desorden que no acabo de saber por qué razones se provocó anteayer), podría ser él solo una película independiente. Más aún. Como pasaba en “El manuscrito encontrado en Zaragoza” o en “Misterios de Lisboa”, se subdivide a su vez en varias historias, cada una de las cuales podría ser, a su vez, toda una película.
Si el primer episodio iba dedicado a emular a las películas de la Serie B, éste rememora a las de espías, de los “con licencia para matar”. Si el primero arrancaba con una cita de René Char, éste con una de Gerard de Nerval: “El universo está en la noche”.
Ambientado muy sobria pero convincentemente en una época ya pasada (véase a ese Casterman que mantiene una oficina con teléfonos de baquelita, máquinas de escribir y una pared llena de diferentes relojes, cada uno de ellos con la hora del lugar donde está actuando su gente), trufada de citas (ya he hablado de la de Tintín, a la que añadir, por ejemplo, esa aparición de una calle de nombre “Fritzlangstrase”, para mencionar al autor de “Spione”, o hasta lo que diría que es un homenaje a Saúl Leiter), con bromas incorporadas que provocan periódicamente las risas de sus espectadores, la película recuerda en ocasiones al Tarantino de “Kill Bill”, pero engloba fases en las que es la voz en off del propio Mariano Llinás la que, de forma algo melancólica, a veces muy poética, siempre muy bien escrito su texto, lo trasmite casi todo.
En cualquier caso, te descubres una y otra vez dejándote arrastrar por su poder de fabulación, que te hace recorrer medio mundo en pos de la historia por donde te lleva la trama: América del Sur, Bélgica, Inglaterra, Berlín, Estocolmo, Moscú, Siberia,...
Quizás, en el fondo, Mariano Llinás haya hecho de su película este maratón de 14 horas únicamente para demostrar que si existe talento en su escritura, rodaje y montaje, si se cuenta con el apoyo de unos actores que sostienen lo que se les eche encima, contrariamente a lo que podría parecer por el tipo de cine que se estrena habitualmente, el flujo de narraciones posibles puede, gozosamente, seguir con gran provecho eternamente.
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