jueves, 6 de diciembre de 2018

Praesidenten

Una de las parejas interclasistas que aparecen. Corresponde al primer flash back, el del ancestro del clan. Y sirve uno de los preciosos exteriores de la cinta.
Se hablaba hace un par de días de un interior dreyeriano, con su chimenea y urna, y nada más empezar la película surge uno muy parecido. Esta semana dedicamos una sesión a las sombras en el cine y, tras pedir perdón por la redundancia, entre otras secuencias pasamos la famosa escena de “Gertrud” en la que vemos las sombras de ella desnudándose proyectadas sobre la pared de una habitación adyacente a la principal desde la que miramos. Aprovechamos entonces para remarcar la abundancia de escenarios como ese en los interiores de Dreyer, con esos dos espacios unidos y prolongados. Pues bien: El anciano personaje inicial del film accede desde la sala a la pequeña cámara vecina en la que está su hijo, que responde exactamente a esas características. No sólo eso, en la misma película vemos en dos momentos una utilización de las sombras de lo más interesante. Por una de ellas, reflejándose sus cuerpos en el agua de un riachuelo, podemos apreciar el avance del idilio de la pareja que se halla en un pequeño puente. Por la otra, podemos ligar cabos y ver cómo se libra un personaje, al que vemos llevando una jarra de cerveza en sus manos, del guardián de la ciudad: Simplemente distinguimos sobre la fachada de una casa la sombra de este último bebiéndosela.
Notar las cosas a través de las sombras de los personajes.
Todo eso podría dejar de tener su importancia si la película proyectada ayer en la Filmoteca no fuera nada menos que “Praesidenten” (1919), el primer largometraje dirigido por Dreyer. Ya desde sus principios, pues, dejaba claro el estilo que después le hizo célebre. Es más: habiendo visto sus películas inmediatamente posteriores, daría la impresión de que Dreyer pasó a ocultar ese saber natural que poseía, para acercarse miméticamente a las producciones del momento, para finalmente ir recuperando esas formas que ya denotaba en ésta su primera película.
Como descubrí hace poco por casa unas muy inocentes fichas que elaboraba en la época sobre todas las películas que veía, puedo utilizarlas para constatar que la vi por primera vez en 1977 (en una completa retrospectiva sobre Dreyer de la Filmoteca de la calle Mercaders), para dejar constancia del argumento que le atribuí (“3 generaciones seguidas -flash backs- parecen repetir la misma historia: amor entre el varón de clase alta y chica no del “círculo”. Un presidente del juzgado es el protagonista”) y de lo que, junto a una buena valoración, más destaqué de ella: “Mundo exterior (perfecto) —> Escenas encuentro parejas”.
Con eso dejaba claro que, más allá de la perfección formal de sus interiores, me dejaba llevar por el encanto de sus escenas de exteriores, que más tarde alcanzaron su perfección en películas como “Dies irae” o bien “Ordet”.
Un plano de la película y el famoso cuadro de Whistler, confrontados.
En “El presidente” te topas de repente con disposiciones del plano inspiradas en cuadros de su gusto (como el notorio caso de uno de Whistler recogido en ese juego de dos fotos que cuelgo), con imágenes religiosas (otra foto, con la hija prisionera, con una capa blanca que la convierte en una inocente virgen o con esos hallazgos en la utilización de recursos como los de las sombras. Es un melodramón desatado, que mezcla conceptos como el del honor, la fidelidad a la palabra dada, la amistad, y así de una forma que al menos hoy puede parecer ridícula. Pero que merece mucho la pena verse por todo lo anteriormente señalado. Hacen otro pase el viernes por la noche: yo no me lo perdería.
El carcelero con su prisionera.
(He virado al blanco y negro varias de las imágenes que cuelgo, porque no me gustaba el efecto de su color original, algo así como burdeos, que tenía la copia restaurada -según un letrero- siguiendo las instrucciones dejadas escritas por el propio Dreyer. Un color sepia/burdeos que luego permite apreciar un efecto impresionante en una escena en la que figura el pueblo en procesión nocturna llevando unas antorchas)
Esta casi onírica escena en las ruinas del castillo culmina el film.

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