domingo, 2 de diciembre de 2018

La flor (tercera parte)

La parodia inicial sobre los conflictos en el rodaje de una película tan larga.
Cuando el viernes Mariano Llinás predispuso y comunicó a los asistentes del Zumzeig cómo había montado las sesiones que quedaban y su contenido para poder ver el resto de su larguísima película “La flor” (que luego el público, cuando se fue, hicimos modificar), sugirió algo que al menos yo, personalmente, habría hecho bien en seguir: Dijo que tras ver el tercer episodio ya podíamos ir yéndonos de la sala, que lo más relevante ya estaría entonces visto y, con el cansancio dentro, él entendería perfectamente el abandono.
No seguí la invitación porque, como intenté explicar ayer, el tercer episodio me había entusiasmado y pensaba que, por mucho que la película, después de esa cima, emprendiera un cierto descenso, seguro que me seguiría interesando. Pero el cuarto episodio, teniendo cosas que también me interesaron, no veo que alcance el nivel del anterior, prefiero mil veces el original de Renoir de “Une partie de campagne”, sin entender las razones de ese refrito del episodio cinco y habría preferido, la verdad, que en el sexto episodio, por mucho cine experimental o primitivo al que intente referirse, se quitarse ese filtro que hacía verlo todo desenfocado o, cuando menos, muy borroso.
Aviso que debo ser un caso especial, pues parece que el cuarto episodio fue considerado por el auditorio el mejor de todo el pack, mientras dejaba calificados al mismo tiempo los dos episodios finales como unas rarezas interesantes.
El episodio 4 empieza, con La Primavera de Vivaldi como música de fondo, como una hilarante, aunque algo exagerada, parodia de un rodaje y sus problemas, para luego seguir como emulación de cine fantástico (de sucesos paranormales) de la misma forma que episodios anteriores eran emulaciones de cine de serie B o de espías, pero me da la impresión de que su estilo, su ritmo, todo en general, se ha hecho más repetitivo, más lento, con menos sorpresas.
Es verdad que es un episodio en el que Llinás mete muchas cosas diferentes, y no es la menor una dosis de “metacine” superior al de los episodios anteriores, con él mismo -o el actor que en este episodio a veces lo representa- reconociendo, por ejemplo, que para el espectador puede ser un lío eso de las cuatro actrices protagonistas, representando los problemas y sensaciones del rodaje o medio explicando cómo debió cambiar el título del film, que posiblemente, antes de “La flor” podría haber sido “La araña” o luego “La hormiga”, todos ellos debido a la estructura compuesta de su estructura. También, que hay en él un par de elementos muy diferenciados, que muestran nuevas aristas del film (una historia ambientada en el siglo XVIII que lo emparentaría con Ruiz, pero mucho menos sugerente, y un final con la cámara descuidado siguiendo y jugando con sus actrices, con un aire como documental de rodaje casero). Pero, para mí, sólo queda la voluntad de sorprender y hacer durar el conjunto, rebajando un poco el tono alcanzado hasta entonces por el film, con una cierta banalizacion de las escenas que no aparecía anteriormente.
Cuando va a empezar el episodio 5, Mariano Llinás vuelve a aparecer en el escenario donde antes ya ha explicado, valiéndose de un cuaderno, la estructura del film. En esta ocasión vuelve a tranquilizar a los eventuales espectadores que queden a estas alturas del visionado. Explica que ya sólo queda el episodio de “Une partie de campagne” y el de “Las cautivas” y se acabó. Da las gracias, saluda (todo de forma muy similar a cómo lo hizo en directo en el mismo Zumzeig), se sube a un Volvo identico al de su personaje en el episodio anterior y se va.
Como no he encontrado la escena de la película que la emula, la escena en la que los dos amigos ven llegar a madre e hija a pasar un día en el campo, en el extraordinario film de Jean Renoir.
El episodio de “Une partie de campagne” se anuncia realmente mostrándonos un libro y otra imagen del film de Renoir. Dos personajes van en moto por un camino y, de repente, baja su volumen y acaba por desaparecer al completo la banda sonora, mientras que -ahora no sé si desde el principio- las imágenes viran del color inicial al blanco y negro. Pasan unos minutos y se ve a los personajes hablando, pero sin oír absolutamente nada de lo que dicen, como tampoco se oye ningún ruido ambiental. Es una de esas ocasiones en que todo el mundo permanece callado, pero preguntándose internamente si no se habrá estropeado la proyección.
Por lo demás, siguiendo fielmente el film de Renoir, aparece un personaje que se atusa el bigote y lleva camiseta a rayas de marinero, madre e hija se balancean en los columpios(sin la intensidad y belleza de la escena -¡ay- original), surge también un “Déjeuner sur l’herbe” o un paseo en barca y una chica deja de ser doncella. Pero viendo a la madre crees estar viendo a la madre de “Lolita”, el merendero se ha convertido en un área de servicio de la carretera, los dos compadres pasan a ser de repente unos empleados vestidos de gauchos y los actores, en general, quizás emulando la sobractuación del cine mudo, se distancian enormemente de la perfección que presidía este elemento hasta entonces. Pero la diferencia más significativa, que me amplia la sensación de futilidad del episodio, es que desaparece por completo la poesía del film de Renoir, quedando únicamente la parodia.
Llegado un momento reaparece la banda sonora, pero se trata de la original de la película francesa, que acompaña como si fuera una adecuada partitura a la imagen de unos aviones haciendo acrobacias. Hasta entonces no había habido sorpresa alguna -salvo lo de la pérdida del color y sonido- en la historia. En un elaborado enlace entre historia antigua e historia nueva, mediante un buen plano se ven el mantel y los útiles de la comida campestre, sobre el que llueven octavillas anunciando las acrobacias aéreas en el cercano aeroclub (que, por cierto, podría llegar a ser el de la interrupción del tercer episodio).
Las cuatro actrices -en ese momento ya cuatro de ellas embarazadas- en la nebulosa del episodio final de la película.
Tras la historia -también lineal- del “experimental” capítulo 6 (que muchos, por lo visto sin justificación alguna, decían que ligaba todos los episodios anteriores), llegan por fin los títulos de crédito, que el mismo Llinás se había preocupado de avisar un par de veces que duraban nada menos que cuarenta minutos. Como pasa con otras cosas de esta tercera parte, siento dejar escrito que no le veo justificación alguna a su descomunal duración. Podrían haber durado fácilmente la mitad sin que ello hubiera supuesto más dificultad para leerlos de pe a pa. Salvo el pensamiento inicial de que iba a reproducirse delante de nuestros ojos, con esa música, un baile como los de Angelopoulos o Fellini, pronto tachado mentalmente, el que se ha quedado para ver si son imprescindibles descubre que no hay más cera que la que arde y surge la constatación de que ya no se suministra con ellos más sorpresas a una película ya muy cargada de ellas.
Un escrito larguísimo -por el que me excuso- para una película aún más larga, que se convirtió para unos cuantos entre los que me cuento, durante tres días, en una auténtica obsesión.

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