miércoles, 26 de diciembre de 2018

Dawson City. Frozen Time

La inacabable marcha de los 10.000 buscadores de oro dirigiéndose hacia Dawson, tras haber sabido del descubrimiento del metal y lanzándose a cambiar su destino.
Días como el de Navidad te hacen reencontrarte frecuentemente (esas fotografías de gentes que ya no están por aquí, vistas colocadas cuidadosamente sobre un mueble, por ejemplo) con el pasado. Lo extraordinario es que esa sensación rime y se vivifique con la visión, a última hora del día, de una película como “Dawson City. Frozen Time” (Bill Morrison, 2016), que corre ahora por la plataforma Filmin.
Bill Morrison, para quien no sepa de él, es un especial documentalista, especializado en eso que se ha venido en llamar “cine de apropiación”. Todos sus films son montajes que dan nueva vida a olvidadas cintas del pasado, cuidadosamente recuperadas. En este caso, Morrison narra toda una apasionante historia que nos acerca a una efímera ciudad del territorio canadiense del Yukón, famosa por haber protagonizado esa fiebre del oro que hemos visto rememorada en tantas películas.
Prostíbulos, casinos, cines. Morrison escribe una frase: cuando llegaron a Dawson, todos ellos vieron que las tierras con las vetas ya estaban adjudicadas. El oro pasaron a ser ellos mismos.
Aquí la historia viene relatada por Morrison, sin las recreaciones de las ficciones (se trata de un film de dos horas prácticamente mudo) mediante sintéticas frases sobre viejas fotografías y películas, la gran mayoría reportajes del momento, montados en una progresión tan dinámica que te arrastra, mientras una hipnótica música (de Alex Somers) te va envolviendo.
Un descubrimiento muy tardío: metros y metros de películas de nitrato enterrados en terrenos de la antigua ciudad.
Así, vemos la dantesca marcha hacia el remoto Dawson que emprendieron 100.000 buscadores de oro, conocedores del descubrimiento del metal, por una inhóspita ruta atravesando Alaska. Largas hileras en un abrupto paisaje, abriendo un sendero entre la nieve. 70.000 de ellos desistieron, si no murieron, en el intento de llegar a su destino objetivo. Jack London fue uno de los primeros, y por ahí, nos informa también la película, descubriremos cosas como el origen de la fortuna de la familia de Donald Trump, veremos aparecer a apellidos -como el de Guggenheim- que nos resultan muy familiares, etc.
Se inicia el trabajo de recuperación.
Pero “Dawson City. Frozen Time” es también un film sobre el cine. Llegado un momento nos informa de que en ese punto tan aislado tenían noticias del mundo exterior gracias al invento de los Lumière y Edison. Los diferentes, grandiosos cines de la localidad proyectaban noticieros por los que los habitantes estaban informados de las polémicas entre patronos y mineros, de la marcha de la I Guerra Mundial o de conflictos políticos de todo orden. Eso y cintas de ficción que, tras tres años de su estreno, iban a parar al Yukón, como última etapa de su camino de exhibición. Y entonces había que deshacerse del peligro explosivo que su soporte material -el famoso nitrato- representaba...
Imágenes como ésta, en la que vemos a una bailarina, aún con dificultades, resucitar entre la descomposición química de la película. Regresos del día de Navidad.
A veces da la impresión de que Morrison se enamore del misterio y a la vez la luminosidad que irradian las secuencias de películas incorporadas en su documental. Por el final vemos, medio carcomidas por el tiempo, las imágenes de las evoluciones de una bailarina alrededor de un estanque. Es muy hermoso darse cuenta que, de forma fragmentaria, con saltos, en ocasiones con manchas que borran por completo su rostro o su cuerpo, estamos asistiendo a una forma de resurrección de una de las vidas que se daban por totalmente desaparecidas, de ese 80% de la historia del cine mudo que pereció al incendiarse o vete a saber por qué causas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario