Viendo en su noveno episodio cómo tiene lugar la escena en la que el protagonista, jefe de la policía de una remota y aislada localidad islandesa, comunica un hecho transcendental a su familia (desde fuera, al otro lado de un cristal, viendo sus predecibles reacciones, pero permaneciendo éstas inaudibles) me he dicho que eso era ya la confirmación de que no me encontraba ante una serie cualquiera.
Hasta entonces, con algún altibajo de atención, había ido siguiendo los ocho episodios previos de “Atrapados” (Baltasar Kormákur, 2015) con la sorprendente constatación de que no era la intriga sobre los truculentos hechos que suceden en ellos lo que me hacía perseverar en su visión, sino ese extraño ambiente de trágica fatalidad, de nostalgia por una pérdida dolorosa, que los envuelve. Y, claro: si eso es así, no es para nada despreciable cómo colabora en ello ese paisaje totalmente blanquecino, la mayor o menor oscuridad que domina casi todos los episodios, esos personajes pisando amplias capas de nieve y asaltados por continuas tormentas o con un cielo plomizo, amenazante, sobre sus cabezas.
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