El panorama, sonidos y olores que emocionan a la protagonista, que pasa a encontrarse con los panoramas, sonidos y olores de su ya lejano pueblo. |
Nos hemos dejado arrastrar por la avalancha esa y hemos entrado a formar parte de la gente que ha ido a ver “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018), debido a la publicidad “boca/oreja” de “apúrate, que la van a sacar del cine, y se ve mucho mejor en el cine que en la televisión”, que va a ayudar a incrementar la parroquia de una de esas plataformas que se están comiendo el público que quedaba por las salas de cine.
Pero por el momento si hay unas salas de cine que van a limpiar paradójicamente gracias a ella números rojos y que podrán adecentar la foto económica de final de año, éstas son las del Verdi de Barcelona. Ayer tarde -domingo-, cuando he mirado por internet, después de comer, ya tenía casi todas las entradas de su segunda sesión vendidas, y hemos debido acudir entonces a la de noche, que ha tenido finalmente también una buena entrada.
Tras la apertura de cortinas y los pases de filmets publicitarios, finalmente apagaron las luces de la sala, se hizo el silencio y empezó la película. ¿Silencio? ¡No! Un run-run incesante se colaba de fondo de la minimalista primera escena, en primerísimo primer plano, con los títulos de crédito: ¡Eran las uñas de unos cuantos dedos ávidos, correspondientes a espectadores que daban buena cuenta de las palomitas compradas en la entrada! Por suerte, los envases de cartón de las palomitas de maíz que venden no deben ser muy grandes y pronto acabó el ruido, que a lo mejor ni era de las palomitas, porque de tanto en tanto durante la proyección te sorprendías con unos ruidos raros o voces por detrás del cogote y al menos estas últimas correspondían a los diálogos emitidos por personajes del film cuando no aparecen en la pantalla, porque están fuera de campo, lo que podías comprobar gracias al extraño subtitulado que se podía ver en la copia. El Verdi ha hecho reformas y una de las novedades que han traído esas reformas es un nuevo sistema de sonido Dolby... ¿A ver si tendré que acabar dando la razón a quienes defienden el monitor de TV o del ordenador para ver cine, frente a la tan loada socialización que representa el cine en sala?
Pero hay que decir también algo de la película, porque habrá quien no se contentará únicamente con notas ambientales y periféricas. A ver cómo lo hago: Será por no habernos situado en las primeras filas, desde donde he vuelto a coger costumbre de ver y apreciar entonces mucho más las películas, será por eso de las expectativas desmesuradas que han provocado tantas alabanzas, que dicen que nos encontramos ante la mejor película del siglo, el caso es que, habiéndome gustado este “Roma”, tampoco sería de un ditirámbico subido, como lo ha sido bastante gente con ella.
La película va, en todos los sentidos (incluido el de mi apreciación personal) de menos a más. Empieza como pieza casi intimista, bastante austeramente, para luego ir incrementando la complejidad de sus planos, acogiendo en cuadro cada vez a más personajes, aún guardando el centro de atención en la criada protagonista abriéndose como una onda expansiva a cada vez más relatos.
Para ser sincero, sin que se me ofenda nadie, prefiero a toda la primera hora de película la escena del despertar de la criada en “Umberto D”, rodada mucho antes y con muy inferiores medios. Viene a explicar lo mismo, de una forma que a mí me conmueve bastante más.
¿Que es mejor verla en el cine que en casa? Al margen de que eso suele ser una verdad como un templo con todo tipo de películas, creo que sí, que podría ser que tras esta primera hora de película, vista en casa hubiera perdido interés en ella y quién sabe si hubiera abandonado. Habría sido una lástima, porque después, a partir de entonces, la cosa va adquiriendo complejidad, con escenas llenas de gente, utilizando toda la pantalla panorámica o en diferentes planos superpuestos, y en esos casos, para poderlo apreciar bien todo, cuanto mayor sea la pantalla donde la veamos, pues mucho mejor.
En una primera escena compleja en la que me he fijado, la de la fiesta, he valorado un aspecto de puesta en escena notable. La cámara está puesta a una altura tan baja, me he dicho, porque todo está visto desde el punto de vista de la criada, cuya estatura desde el suelo no supone demasiado. Pero resulta que el plano siguiente (con personajes todos de una misma estatura) está rodada de la misma forma. Vamos: que no se trata de un posicionamiento como lenguaje, sino únicamente estético. Dejemos este tipo de acercamiento, pues.
Sigue a continuación una escena con un fuego, que me ha parecido muy mal filmada y presentada, quizás porque quiere trasmitir, más que la impresión del fuego, una sensación como onírica, y a partir de entonces sí, la cosa me ha ido pareciendo que alcanzaba solidez, aunque ya había transcurrido la mitad de la película...
Los combatekas, observados con admiración por la gente. |
Por lo que sigue (y es verdad que no se haría tan notorio si no llegase tras toda esa primera parte) yo me sumaría al carro laudatorio. Me impresiona y llega el plano panorámico en el campo, la criada protagonista sintiéndose como en su pueblo: “Así huele también allí, así son los cerros, así se mueven también los animales”, dice.
Poco después hay, dentro de ese aspecto que destaca todo el mundo de la perfecta ambientación de México por 1970, una escena que sí me ha parecido extraordinaria. Es un larguísimo y complicado traveling siguiendo después del chaparrón a los personajes por las aceras de la ciudad, en plena actividad ésta.
Y va abriéndose más y más en planos cada vez más atiborrados de gente. Situemos ahí el del descampado en el que un Dr. Zobeck casi de TBO, con su ridículo traje de superhéroe, impone unos también ridículos ejercicios a toda una tropa de peligrosos amantes de las artes marciales, los combatekas, como se oye llamarlos. Hasta llegar, en este escalado de la complejidad, a la impresionante escena en la que todo se rompe, con motivo de los disturbios en el Distrito Federal. El aro de la onda expansiva ha llegado a toda la sociedad.
Sigue más el film, ya congraciado con espectadores algo reticentes como yo, que salen mucho más ufanos que como se encontraron por su mitad, y se dirigen a sus casas a anunciar a sus amistades que tienen aún oportunidad de ver en cine, que luego ya nunca más, una película con fotografía en blanco y negro que está muy bien, y que merece la pena verse en una sala con pantalla grande.
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