martes, 2 de mayo de 2017

Tsirk


Nunca me gustó el circo: payasos sin gracia o repitiéndose hasta la saciedad, tristes o cansados animales obligados a actuar, acróbatas en continuo riesgo de dañarse seriamente. Posiblemente influyó que lo cogí ya en su época de decadencia. El tiro de gracia fue el de una nefasta última sesión en la que un vendedor de almendras garrapiñadas no hacía más que pasar por nuestra grada ofreciendo su mercancía, y olía a mierda que no era normal.

Pero quizás en la época de Aleksandrov y su “Tsirk” (1936), que hoy se ha visto en la Filmoteca, y se podrá volver a ver el jueves por la noche, era otra cosa, algo así como “el más grande espectáculo del mundo” con el que tanto se anunciaba.

Leía que Aleksandrov tuvo un éxito enorme haciendo comedias musicales, y no me lo acababa de imaginar. Pues bien: aquí hay una de ellas, y queda claro que con estos mimbres debió ser una película extremadamente popular, pues es en ocasiones espectacular, narra un melodrama desatado que acaba muy bien, tiene notas humorísticas,… Todo eso y más.

Su trama: Una cantante americana tiene un desliz con un negro y, para enorme escándalo –divulgado en la prensa cuando arranca la película- da a luz un niño de esa raza. Perseguida por las masas, que le recriminan su comportamiento, huyendo cae en manos de un desaprensivo, que la lleva a Moscú convertida en una máxima atracción mundial: la mujer bala de cañón (ocasión para muy curiosos planos cenitales…). Ni que decir tiene que en la URSS quieren hacer un número, un “vuelo a la estratosfera” aún más arriesgado que el americano, y que ella encontrará en un valeroso militar el amor y su salvación, entre otras cosas porque en esa gran nación que fue la URSS eso de que un niño sea de otra raza no importa lo más mínimo, pues como dice una canción, tarareada en ruso, georgiano, tártaro y hebreo, no se conoce ningún otro país en el que se respire más libremente.

Es una película llena de dinamismo, con unos cuantos racords entre planos muy originales, canciones melódicas, números musicales (uno de ellos, al estilo Burby Berlkeley) y marcha final triunfante, llena de sobreimpresiones exultantes. Y, como documento, al margen de toda la parafernalia futurista del número del circo, aparecen en ella varias espléndidas localizaciones de Moscú: el metro, la plaza Roja, el teatro Bolshoi. Éstos dos últimos en dos impresionantes secuencias, vistos desde el balcón del hotel o desde una sofisticada terraza elevada, donde la pareja protagonista está tomando unas copas.

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