lunes, 22 de mayo de 2017

The train goes East

Perdido tontamente el tren en una estación, deben emprender un azaroso viaje, por varios medios.
Cansado de ir de aquí para allá, estaba tentado anoche de olvidarme de “Poezd idiot na vostok” (“The Train Goes East”, 1948), que hacían en la Filmoteca, cuando he leído que Georges Sadoul, no muy proclive a estas cosas, decía genéricamente de Yuli Raizman, su director, que “Demasiado poco conocido fuera de su país, es con el americano Frank Borzage uno de los rarísimos cineastas que ha sabido traducir a la pantalla la intimidad amorosa, la calurosa confianza de una pareja”. Con estos mimbres (que dice hoy el increíble editorial de un medio en otra época tan ponderado como El País), había que ir a verla.
La fiesta en el vagón restaurante para celebrar el fin de la guerra y la victoria.
Quizás las miradas de intimidad definitivas entre la pareja, pese a que se intuyen desde un primer momento, no se dan hasta durante una de las canciones del film: Los y las que han sido aplicados estudiantes hasta hace poco, se dirigen en tren, joviales e ilusionados, a tomar posesión de su primer trabajo, y se dan cuenta que entre la pizpirreta siempre alegre y rubia y el apuesto, uniformado y cuando no lleva su gorra lacado capitán de la marina, hay algo.
Estamos en 1945 y todo el film muestra una URSS pletótica por su victoria en la guerra, que les va a dejar ya ponerse definitivamente a construir un estado que ven como suyo, siempre dentro del respeto por los líderes (brindis y pancartas al camarada Stalin), superiores jerárquicos y ancianos.
Un número cómico, que empieza en una estación con unos ininteligibles altavoces, a la manera de los de "Les vacances de Mr. Hulot" de Tati.
Ya en los títulos iniciales avisan de que veremos una “comedia lírica”, por las dos o tres canciones que pautan el accidentado viaje de Moscú a Vladivostock de la pareja protagonista. Predominan, con alguna transparencia por el bosque y siempre con unos vivos colores de lo más contrastados, las maquetas de trenes, barcos y potentes fábricas, sobre todo a medianoche, pero también se ven a plena luz del día muchas locomotoras, trenes, fábricas en reconstrucción y abarrotadas estaciones, porque todo el país –pletórico como el día- está reubicándose tras el trastorno de la guerra.
Para acabar de guisar todo, ella está siempre –pese a unos lagrimones delatores- risueña, como todo el país y película, con sus personajes cómicos o entrañables, y todo se sigue la mar de bien.
La vuelven a hacer el martes 30. En un ciclo (“De los Romanov a Putin”) que nos proporciona una buena manera de recuperar parte de un cine sólido, popular, que nunca habíamos podido ver.

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