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Junto al ambigú. Al fondo, una de las escaleras a la sala. |
Por una cosa o por otra, no había visto aún ninguna película en el cine Phenomena. Vencida la desgracia de haber cogido en un día de huelga de metro el H8 (para seguir una de esas rectas –en este caso horizontal- que se han dibujado para las líneas de autobús los técnicos contratados por TMB, empeñados en pensar que esto es Manhattan, cuando hay zonas en las que tal recta es imposible), lo que me ha hecho estar a punto de no llegar a la sesión, hoy ha sido mi estreno en la sala.
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La cortina, esperando abrirse para desvelar la pantalla.
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Y debo decir que, satisfecho, repetiré la experiencia, porque recuerda mucho lo que era ir al cine, a un buen cine.
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Vestíbulo.
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Dicho esto, algo te hace dudar de la gente. Había relativamente poco público para ver la película de mi sesión, pero no era de extrañar, teniendo en cuenta que era un lunes. Al salir, la sorpresa es que la expectación para la sesión siguiente era enorme. Una cola que llegaba hasta el lejano chaflán de la calle, y lo superaba limpiamente, en lo que iba a ser seguramente un lleno absoluto. Lo que no entiendo de ninguna manera es que se trataba de una “sesión sorpresa”. Es decir: toda esa gente no sabía qué iba a ver. ¿Y si ya la han visto? ¿Y si no les apetece? Un amigo al que me he encontrado, habitual de la sala, que sabe de qué va el paño, me ha contestado:
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La cola de la sesión sorpresa arranca a andar. |
“Van precisamente por eso de la sorpresa. Si les dicen de qué película se trata, no acudirían, y la taquilla sería de unos ocho o nueve espectadores, en vez de este lleno esperado.”
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La cola interminable llegando al cine, donde les van a pasar una película de la que no saben ni su nombre. |
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