domingo, 28 de mayo de 2017

66 scener fra America y Nye scener fra Amerka

Me pidió Esteve Riambau que diera una segunda oportunidad a las películas de Jorgen Leth, a quien juzgaba un cineasta interesante, después de que yo dijera que su último film, en el que teóricamente reflexiona sobre el erotismo, me parecía más bien la visión para una revista de papel couché. Esta oportunidad ha llegado esta tarde, y he ido a la Filmoteca –en dura competencia con una película china de los años 30 (de la que ha habido una sesión con el maestro Pineda al piano que se ve que ha estado muy bien) y una comedia musical rusa de 1944- a ver un programa doble de sus documentales: “66 scener fra Amerika” (1981) y una nueva versión posterior del tema, “Nye scener fra Amerika” (2002). Ha estado bien.

La primera iba a ser una visión de los Estados Unidos del momento. Los recorre de punta a punta –con preponderancia de Nueva York y todo el sur-, sacando en cada punto una muy corta secuencia, normalmente en plano fijo, conceptuada mediante voz en off. Cuadros “genuinamente americanos”, con casas, carreteras, sky lines, anuncios, se suceden, apareciendo también de tanto en tanto un taxista, un escritor, o (en el caso de plano fijo más prolongado) Andy Warhol (que se zampa una hamburguesa) presentándose a sí mismos ante la cámara.

Me suelen gustar las películas que van en busca de un “20 años después”. En este caso las diferencias no son abismales. Formalmente, pasamos al formato panorámico, y los cócteles de Sardi’s parecen estar hechos, con el nuevo barman, menos medidos que los anteriores, cambiando el orden de añadido de sus ingredientes y combinación. Quizás Leth frecuenta ahora –veinte años después- más ciertos planos poéticos, como los reflejos en el agua, o unos cuantos en las que sus protagonistas son las nubes. Y los Cadillac clavados en la tierra en Texas han recogido en este tiempo bastantes más pintadas que en el documental exterior. Pero todo presenta una cierta continuidad. Quizás porque, pese a lo que decía el programa de mano, aún no se había topado con la caída de las torres gemelas en NY.

Un posible cometido de un cineasta es, por qué no, éste: Recolectar, hasta el infinito, esas imágenes que nos chocan, esos puntos de referencia sobre el sitio visitado que captamos.

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