lunes, 13 de octubre de 2025

Toute une nuit

Watelet, al micrófono, entre Brouvez y Guerin, ayer en el escenario del Instituto Francés de Cultura tras la proyección.


Debió haber un problema de comunicación importante, porque ayer en el Instituto Francés de Cultura fue poca la gente que acudió a presenciar la proyección de “Toute une Nuit” (Chantal Akerman, 1982) seguida de una mesa redonda sobre la cineasta con Marilyn Watelet (su productora) y José Luis Guerin. Y, no cabe decirlo, fue una lástima, porque valió mucho la pena.
“Toute une nuit”, ambientada en tres barrios de Bruselas (uno turco, otro de la parte central vecina a la Grand Place y otro un barrio más aireado, todos ellos muy conocidos por ser los de sus familiares o amigos) presenta a lo largo de toda una noche múltiples historias no sé si producto de una luna llena (que si aparecía en la película al menos yo no la vi) que en todo caso afecta a todos los que aparecen, conduciéndolos a separarse, reencontrarse, abrazarse, amarse apasionadamente y volver a la posición inicial.
Es divertido porque la sesión estaba organizada por, entre otras instituciones, la Delegación Valonia-Bruselas en España, cuyo responsable nos ha explicado inicialmente que organizan actos de estos en colaboración con el Institut Français para el fomento de la lengua francesa, y resulta que con un poco de suerte, en toda la película, dominada por las imágenes, el ritmo de los cuerpos y los sonidos, sí se cuentan una docena de frases de diálogos ya es mucho.
Ha sido una suerte bárbara poder contar en la sesión con José Luis Guerin, que se desvió expresamente en su trayecto en tren desde Toulouse (donde estuvo anteayer) a Marsella (donde estará hoy) para así tener ocasión de conocer y hablar con la productora de casi toda la obra de Akerman, además de -como nos contó después ella- amiga suya desde su juventud. Gracias a él se ha profundizado un montón no sólo en el análisis de la película vista, sino en el conocimiento del trabajo de la cineasta, sobre el que ha hecho hablar con preguntas específicas, muy concretas, a su compañera de mesa, quien de otra manera me parece que se habría limitado a sopesar lo buena y creativa que era y lo bien que lo había hecho, pero sin concretar lo que se llegó a concretar finalmente ayer.
Hizo Guerin, a mi modo de ver, una introducción muy oportuna, explicando en qué circunstancias conoció sus películas, que luego resumió con la frase de que no sólo es necesario que una película sea buena, sino también que llegue en el momento preciso. Y a él y a una serie de aficionados que se iniciaban en esto del cine, les pasó eso con las películas de Chantal Akerman que vieron durante los años 70.
Fue desde luego básico -explicó- ver entonces todo tipo de cine clásico, pero para quienes como él se movían en la precariedad, gente como Philippe Garrel y Chantal Akerman fueron el espejo en el que sí se podían ver, con el consiguiente gran aliciente, reflejados.
Céline Brouvez, coordinadora de la Fundación Chantal Akerman, y la misma Marilyn Watelet comentaron los increíbles réditos que les había dado el sorprendente resultado de la encuesta de 2022 de la revista Sight & Sound, en la que “Jeanne Dielman…” (1975), siendo una película que la misma Akerman creía demasiado desviada (algo así la definió ayer la productora), fue en cambio la más votada por los encuestados, desbancando a “Vertigo” y otras películas hasta entonces siempre con mayor número de votos. Gracias a la resonancia que tuvo ese resultado, han podido hacer copias nuevas de toda su filmografía, han podido organizar sesiones reclamadas por todo el mundo, reciben a cantidad de estudiosos que hacen sus investigaciones sobre la cineasta (escribiendo y diciendo luego unas cosas, por cierto, que cuando en su día las leía u oía la cineasta, se quedaba muy extrañada). Vamos, que todo el mundo sitúa ahora a Akerman en el Olimpo, y es una de las cineastas más respetadas.
Pero entonces, en los años 70, no era en absoluto así. El acercamiento a su cine de Guerin y otros pocos jóvenes, aún sin apenas obra a sus espaldas, tenia un aire muchísimo más underground. Ella se situaba, con su economía de medios, por esas catacumbas, si bien asimilando en ese ir a lo esencial a otros cineastas mayores, como Bresson, el cineasta que, por cierto -tambien comentó ayer Guerin- anunciaba en sus “Notas para el cinematógrafo” la llegada de “una nueva raza de cineastas solitarios”: esa era la cancha de juego.
A una pregunta de Guerin (de la que ya conocía la satisfactoria respuesta), Marilyn Watelet explicó que la película proyectada no se rodó en continuidad por falta de medios, sino que se tuvo que parar a mitad y esperar para reemprender el rodaje hasta la siguiente primavera, lo que permitió a todo el equipo ese extraordinario lujo de poderse realimentar viendo lo ya rodado.
Watelet explicó cosas muy interesantes sobre el origen de “Toute une vie”. Surgió como una película más asequible de hacer tras el fracaso de Chantal Akerman en su intento de levantar en Estados Unidos un proyecto de adaptación del escritor Singer. Procedía de una mínima historia que había escrito relatando que cuando, de pequeña, estaba yendo a comprar a la ciudad con su madre, presenció un flechazo que la emocionó y afectó enormemente. Bruselas era, según comentó Watelet que decía Akerman, una ciudad incestuosa y, de hecho, inicialmente quería filmar exclusivamente las historias de amores y desamores de sus amigos, llegando a, en la versión producida, algo más general.
Otro aspecto en el que incidió Guerin y que corroboró Watelet, así como todos los espectadores que habían seguido antes la película: en “Toute une nuit” los actores, más que dialogar o interpretar sus personajes, parece que dancen. Son sus gestos, acompasados por una cierta coreografía, los que expresan y comunican al espectador. Alguien de entre el público comentó entonces que esos gestos y movimientos coreográficos de los actores le habían recordado a Piña Baush, y Marilyn Watelet confirmó que, ciertamente, ellas dos fueron unos años antes a ver una obra suya y salieron emocionadas, por lo que esa influencia existió.
Otro aspecto tratado, también subrayado por Jose Luis Guerin. La película transcurre en una supuesta noche muy calurosa, pero no se rodó en verano. El calor se trasmite entonces, fuertemente, al espectador mediante el sonido. El rumor de fondo de la ciudad o hasta las canciones del bar magrebí de abajo llegan a los múltiples protagonistas por las ventanas abiertas a que obliga ese representado calor.
Obra circular, con un final que enlaza con el principio, en los que suenan la canción “L’amore perdonera” de Gino Lorenzi, “Toute une nuit” tiene un punto de inflexión dramático en una escena, la que me pareció de más compleja realización, que me gustaría poder obtener para una sesión sobre la utilización de la lluvia en el cine que estamos preparando. Una pareja está en una habitación de un apartamento y entendemos lo que debe estar sucediendo por ahí por unos enormes truenos que hacen trepidar todas las ventanas. Un plano posterior muestra como un viento que arrastra hojas y papeles en la plaza de abajo, es de esos que precede a la fuerte lluvia que va a caer, pero que no veremos, sino solamente oiremos luego arreciando en el exterior, ya situados de nuevo en el interior del apartamento. Como explicó Marilyn Watelet, es a partir de ese momento que las diferentes historias apasionadas surgidas previamente durante la noche empiezan a volver al redil.
Y quiero por último que quede escrita aquí también una divertida anécdota que explicó Marilyn Watelet. Una espectadora del film en una sesión recientemente montada creo recordar que por Polonia exclamó que “no sabía qué Bruselas era una ciudad tan pobre”. Me habría gustado ver la cara que puso la productora y amiga de la cineasta al oír eso. Si antes había dicho que los tres ambientes, los tres escenarios correspondían en realidad a los lugares de la vida de Chantal Akerman, porque eran los de su familia y amigos, entonces precisó que buena parte de los planos se rodaron en su propio apartamento…
Para los que sientan interés por ver la película, se volverá a pasar el 23 de noviembre en el CCCB, en una sesión de Xcèntric conducida por Mónica Rovira, que ayer también corría por el Instituto Francés, disfrutando, como los demás, del momento.


Estos dos desconocidos, tras una sucesión de dudas, acabarán abrazándose apasionadamente.

Edward Hooper (no he encontrado otra captura con una mujer en la cama junto a una ventana) estuvo de referente durante todo el rodaje. Y hay que explicar que la película es de 1982, cuando aún no estaba de forma explícita hasta en la sopa.
 

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