viernes, 10 de octubre de 2025

L'impuls nómada


Ayer hubo en el cine Zumzeig el segundo pase en Barcelona de “L’impuls nòmada” (Jordi Esteva, 2025), una película bien extraña dentro del panorama cinematográfico actual, a la que es difícil encontrarle paralelos. Él la presentó como un canto a las peliculas artesanales, por los medios con los que está hecha, pero luego intentaré fundamentar que sí tiene parcialmente una cierta relación, en el cine catalán, con unas pocas experiencias de cine amateur que, a su vez, destacaban en su medio.
Jacinto Antón, que la presentaba y después de la proyección conversaría con Esteva, dijo de buenas a primeras que no sabía muy bien cómo lo había hecho, pero que la película, que vendria a corresponder únicamente a su primer capítulo, no era y al mismo tiempo era el libro del mismo título que publicó hace cuatro años. Vista después, me parece una gran verdad. También dijo, para animar a sus inmediatos espectadores, que era como “El paciente inglés” (y ya sabemos cómo adora Antón a esa obra): un buen libro y una buena película.
“Homenaje a Jim, el gato que veía espíritus”, dice la dedicatoria inicial de “L’impuls nòmada” y, justo tras ella, empezamos a ver unas subyugantes imágenes en blanco y negro (como toda la película): un sugestivo travelling desde un coche que va por una estrecha carretera rodeada por el bosque y atraviesa un río.
Surge la voz de Jordi Esteva en off, ejerciendo de narrador, hasta que en un momento dado lo vemos a él mismo en la pantalla, junto al rio. Nos domina, como espectadores, introduciéndonos en el ambiente, la cosa sensorial: el agua, los insectos, la vegetación agitada y susurrante por el viento, todo ello magnificado por la muy buena y certera, a la vez que evocadora, banda de sonidos.
Se produce entonces una de las más bellas transiciones cinematográficas que recuerdo de un personaje adulto narrador al protagonista que vamos a ver a continuación, la representación del mismo adulto cuando era niño. Si bellísima y cargada de nostalgia por el tiempo perdido era la escena de “Fresas salvajes” en la que el viejo profesor que interpretaba Victor Sjöström se contemplaba a sí mismo de niño en sus primeros flirteos de vacaciones con su hermosa prima, no menos bella es la escena lograda por Esteva cuando, pasando por la contemplación del narrador adulto (él mismo) de las aguas de un remanso de río llenas de peces, en un efecto espejo se ve a sí mismo de crio, mirando lo mismo, asomado a una ventana. Una transmisión del timón de la película que, aún con esas raíces, me ha parecido totalmente desprovista de nostalgia, llena, en cambio, de una confianza grande en las posibilidades que ya encerraba ese niño que fue, al que parece darle ánimos para que siga buscando su mundo.
Surge entonces el título de la película y pasamos al desarrollo de ésta, como historia más convencional, pero que no abandona, sino que recupera constantemente ese ambiente sensorial del que hablaba.
Aparece primero una clase de un colegio religioso muy “tradicional”. Según comentó Esteva al público después de la proyección, había pensado incluir una serie de escenas con crítica de la mala enseñanza recibida en este tipo de colegios, de la misma forma que, más tarde, del colonialismo que se exaltaba de forma desatada en la época, pero, afortunadamente, se dio cuenta de que un niño no tiene nunca la suficiente madurez mental para ser consciente de todo eso, con lo que con buen criterio las eliminó de la plantilla final. El niño aprovecha de esas clases y del cine y novelas de la época lo que más le fomentaba su espíritu aventurero: las películas de misioneros o piratas, los libros estilo Julio Verne, de la misma forma que echa su imaginación a volar y hace girar un globo terráqueo para ir a dar al pararlo nada menos que con…Socotra, la isla que, con sus reportajes, libros y películas nos ha dado a conocer Jordi Esteva.
Se incide ahí, pues, en una de las líneas de la película: el niño va dando con los diferentes intereses que moverán más tarde, ya de adulto, su vida.
Otra línea, cubierta perfectamente, y que es además la que más dinamismo y poder evocador ofrece a la película, es visualizar los pensamientos de fuga a otros mundos del niño, además de con secuencias de películas de género, con secuencias de sus propios films posteriores y con trozos de unos reportajes sensacionalmente escogidos. ¿De dónde habrán sacado, me pregunto, ese de la China ancestral y, sobre todo, ese otro de El Cairo, primero el viejo Cairo, que da paso, sin solución de continuidad, a una trepidante avenida irradiando una modernidad inaudita?
Otro detalle de puesta en escena viene a ratificar esa voluntad de no convertirse en la tópica narración de las aberraciones que inundaban la España de la postguerra: los miembros de la familia, sin televisión en su casa de veraneo, se sientan junto a una radio. Ésta empieza a emitir la música que anunciaba “el parte”, esto es, las noticias oficiales. El padre cambia de emisora para poner una pieza de Bach y ponerse a explicar a sus hijos sobre el Egipto que años atrás visitó. Que creo es el momento, además, que configurando lo que debe estar escuchando el muchacho, vemos como espectadores unas estupendas imágenes de un avión a hélice rodeando unas pirámides.
Pero la película no puede seguir eternamente así, y adopta entonces un cambio a otro tipo de cine, centrado en la ficción relatora de las correrías del niño con un muchacho gitano. Es éste el tipo de cine que posiblemente más riesgos comporta para el proyecto global, que si acaba logrando que llegue a funcionar es por hallazgos estéticos, como el de ellos dos alejándose por un camino, una imagen que se nos ha hecho familiar con tantos finales de cine mudo. Ésta y otras ficciones interpretadas por el niño (cuyo actor es, por otra parte, un auténtico descubrimiento, sobrio e intenso a la vez) son las que digo me han recordado a un cierto cine amateur que, con pocos medios, lograba imágenes de bastante impacto, no dejando de ser cine amateur. Pienso, por ejemplo, aunque hace ya muchísimo tiempo que no las he visto, en películas de Eugeni Anglada como “La rage”.
A mí, personalmente, más que escenas dialogadas tirando a naturalistas que pueden recordar al cine rural de tanto éxito de su amigo Agustí Villaronga, las que de verdad me gustan son otras de tinte mucho más impresionista, como esos paisajes con río cruzados rápida y alegremente por su perra Bruixa.
Y, claro está, planos en los que el excelente fotógrafo que es Esteva vuela altísimo, como ese encuadre de Miquel, el niño, absorbiendo todo por la ventanilla del coche de su padre o mirando a través de los vidrios de una ventana en la que incide la lluvia, supongo que haciendo que todos los espectadores recordasen esos entretenimientos de días de lluvia, en los que jugar, en todo caso, a ver qué gotas serán las que llegarían antes a la base de la ventana.
Ya acabando por mi parte, hay un plano de la pareja de padres que deberé ver con detenimiento en otra ocasión, para pensar qué interpretación le doy. No sé si la madre muestra su preocupación con el comportamiento de su hijo (como dice al sacerdote en un diálogo posterior) o lo que muestra es una cierta insatisfacción con su propia vida, pero esa sería, en todo caso, una vía en absoluto desarrollada con posterioridad.
Y se llega al cierre completo del círculo de la ficción, volviendo la musiquilla que también marcaba la llegada de la familia, en su SEAT 1400, a su casa de veraneo. En este caso es el regreso a la ciudad, no sin, ésta vez, un cierto tono nostálgico, en contraste con el alegre de la ida.
Comentaré un par de ligeras objeciones personales correspondientes, curiosamente, a la parte que más me gusta de toda la película, esa en que se evoca mediante reportajes, sin decirlo, a “Los árabes del mar” y aparecen los buscadores de perlas, pero en general en la introducción y toda la primera mitad.
Una viene de haber yo leído las memorias de Jordi Esteva en castellano, y me resulta entonces extraño oírlo de narrador, no sé si leyendo exactamente frases extraídas del capítulo o no, en catalán, cuestión que me hace también cuestionar parcialmente el uso que se hace de una u otra lengua en la película, viendo a todos los veraneantes utilizando un correctísimo catalán, mientras se reserva el castellano para un maestro catalán y los gitanos.
También -ya digo que es sólo cosa mía-, pese a que Esteva se muestra muy comedido en sus explicaciones, me da la impresión de que cuando actúa de narrador me gustaría que fuera incluso más parco: ya entendemos perfectamente lo que nos dice con lo que se va viendo. O, dicho de otra manera, resultaría más interesante, a mi modo de ver, no hacerlo todo tan claro, dejando que sea el propio espectador el que acabe de descubrir el trasfondo de lo que está viendo. Pero vaya…
Acabada la proyección aún hubo una media hora hasta que empezó súbitamente la invasión de la proyección de la siguiente película. En ella, además de lo ya comentado, a raíz de la película Esteva redondeó la aseveración de Antón sobre la sensación de largos veraneos, incluso con aburrimiento incorporado, que trasmite la película con la frase de que “los grandes pensadores han surgido del aburrimiento”.
También se evocó, positiva y negativamente, a “Marcelino, Pan y vino” y Antón incitó a Esteva a explicar una serie de anécdotas de su reciente estancia juntos en Marrakech. Pero a mí lo que realmente me divirtió es ver cómo Jordi Esteva, al que se le resistía por recovecos de la cabeza el nombre de Salomón que quería nombrar, tuvo que acudir, para que alguien se lo soplase, a decir el de Gina Lollobrigida.
Como ya van dos sesiones con la sala llena y gente que ha debido quedarse fuera, han habilitado una nueva sesión de la película en el Zumzeig para el próximo viernes 17.







Se ve muy bien el letrero del Zumzeig y casi nada a Jacinto Antón y Jordi Esteva, pero es todo lo que pude lograr con mi tableta con esa luz ambiente.
 

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