sábado, 9 de abril de 2022

Blind husbands

El matrimonio, con ella totalmente desatendida. De ahí el título de Maridos Ciegos, que no ven lo que puede pasar.

Primeros flirteos.

Regalos abre puertas.

Quizás lo más emocionante de la sesión de ayer de la Filmoteca dedicado al primer largometraje rodado por Eric von Stroheim, “Blind husbands” (“Corazón olvidado”, 1919), fue saber que aún en nuestros días se pueden llegar a encontrar bobinas de películas de nitrato del nombre de ésta. Recuperada en un granero del sur de Austria, la copia era mucho más completa que la única existente hasta el momento, por lo que ha servido como base para la restauración, dando como resultado la copia vista ayer, seis minutos más larga de la que se creía única existente.
Hay que congratularse, desde luego, de casos como ésta, que hacen volver la ilusión por encontrar y recuperar grandes películas perdidas, aunque personalmente no vea ésta como la obra maestra absoluta que se dice es.
El director de la Cinemateca Austriaca, que la ha restaurado, comenta que fue el único largometraje que Stroheim pudo estrenar como la había pensado, sin intervención alguna de censura o cambios establecidos por productores. Quizás es ahí donde “Blind husbands” me decepciona un poco. Porque veo muchísima mayor corrosión y menor discurso standard moral en lo que nos ha llegado de sus posteriores películas.
Una escena muy inicial sí muestra muy bien lo que se espera de Stroheim: El Dr. Amstrong -notorio escalador- y su mujer (a la que él mantiene totalmente desatendida) comparten la carreta que les lleva a Cortina d’Ampezzo con un joven teniente con fama de mujeriego. Éste se coloca bien su monóculo para mirar las piernas de la mujer (plano específico subjetivo de ellas, envueltas en medias negras) de forma claramente aprobatoria…
A partir de aquí el argumento del film es muy previsible, con el único cuidado de indicar que puede encuadrarse dentro de la serie de películas “de montaña”.
El teniente/Stroheim tiene una mirada altanera sobre todo lo que le rodea y se comporta como un auténtico depredador de mujeres. En ese sentido es por completo el Stroheim que conocemos, si bien su juventud y unos pantalones claros de uniforme con que se nos presenta a menudo nos lo hacen aparecer como un zangolotino. Ahí está, en cambio, una de las mejores acciones de Stroheim como director, pues tiene la audacia de presentar al personaje interpretado por sí mismo como de lo más ridículo. No es eso nada común.
Otra cosa que me pareció interesante es ver cómo al personaje interpretado por Stroheim se le pesca fácilmente como un mentiroso arrogante, que cuenta falsedades de sí mismo, justo igual que pasó con Stroheim en la realidad: si en la película el personaje se hace pasar por escalador que ha alcanzado todas las grandes cumbres mundiales, en la realidad el actor/director dejaba ir que era un aristócrata centroeuropeo…
Cinematográficamente, la película hace notar su temprana fecha de realización (1919). Usa, eso sí, como “Nosferatu” y otras grandes películas de la época, los teñidos de diferentes colores (el azul, por ejemplo, para expresar la oscuridad), pero no muestra grandes alardes en cuanto a sus encuadres y demás. Suelen ser encuadres frontales, que captan hasta a bastante gente a la vez y mucho picado y contrapicado, sobre todo por la existencia de unas montañas por las que se asciende o desciende. Un par de escenas concretas sin embargo, resultan muy atractivas: una es la de ella ante un espejo, en el que resuena su pasado. Otra es su pesadilla, con la cabeza de Stroheim y su incisivo dedo atormentando su conciencia.
El miércoles 13 se repetirá la sesión, que cuenta con música compuesta para la ocasión e interpretada (ambos cometidos de forma extraordinaria) por Josep María Baldomà.


La pesadilla.


 

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