Tenía asociado a Serge Bondarchuk con la fuerza bruta, porque recordaba que sus películas eran anunciadas por “Films Soviéticos” (una revista de propaganda oficial de ese cine) y eran de las que se valían de miles de extras: el ejército soviético. Eso me lo había mantenido alejado de mi atención, pero me dispuse ayer, no obstante, a ver “El destino de un hombre” (1959), ahora también en Filmin, pues venía precedida de muy buenas críticas y aceptación, a ver si me sacaba de encima mi prevención. Como mínimo sería un baño de algo trabajado de forma bien diferente de las que nos escupen continuamente.
Nada más empezar, una impresionante panorámica de casi 360 grados sobre un ondulante y desierto terreno, hasta que la cámara da con un niño caminando por un camino de la mano de su padre, me dejó de golpe desarmado. Pocas películas tienen un inicio tan potente.
A continuación un encuentro y una conversación dan pie a una serie de pequeños flashback, correspondientes a la narración que hace el protagonista de toda su historia personal: encuentro con una chica de la que se enamora (con final de ese flashback registrando el alejamiento de los dos enamorados por un camino, en otro encuadre de impacto), nacimiento del primer hijo, crecimiento de los niños… En pequeños saltos, esos flashback, con sus imágenes enmarcadas con un entorno desenfocado, van dado cuenta de unas vidas felices…hasta que estalla la guerra con Alemania.
En ese momento el padre va a la guerra y queda inmerso en ella, pasando el film, aún centrado en ese personaje, de lo personal a lo colectivo y aparecen las masas que tengo asociadas a las películas posteriores del director.
Los alemanes dan en las siguientes escenas muestras de su maldad, pero no tengo tiempo de ver si eso hace temblar mi consideración de la película -que todo ese inicio de historia personal narrada en pequeños flashback había situado muy alta-, porque en ese momento se me vuelve a cortar la conexión con internet y no hay forma de que regrese con la fuerza necesaria para reemprender la visión. 1959, me estaba diciendo en ese momento, era ya un año bastante alejado de la guerra con Alemania para traerla de nuevo a colación como tema de un film, ya siendo un recurso muy sobado en un cine soviético que ya no sabía o al que ya no le dejaban tratar de los reales intereses de esa sociedad, si bien es verdad que la novela del por otra parte muy oficialista premio Nóbel Mijaíl Shólojov se ve que es de sólo un par de años antes.
Me armo de valor y llamo entonces al número de Movistar, donde una voz femenina me va diciendo reiteradamente que no me retire, que están reiniciando mi conexión, combinando eso con todo un repetitivo concierto musical que me pone de los nervios.
Pasados unos quince minutos, me pregunta si ya tengo restablecida la conexión. Sí que se ha restablecido, pero, aunque reinicio la conexión con Filmin, será porque se trata de un sábado por la noche y en mi zona aumenta mucho el número de gente conectada, será por lo que sea, pero no es con la fuerza suficiente como para permitirme seguir viendo la película.
Cada pocos meses Movistar envía una carta diciendo que es enorme la evolución de los usos de internet que está habiendo y que bla bla bla. Que para que podamos disfrutar de ella son tan estupendos que nos amplían la velocidad de conexión. Y, al final, solo como pequeño detalle sin importancia, que eso nos supondrá un ridículo aumento mensual de unos eurillos en nuestro contrato.
En vez de notar más agilidad en el servicio, lo vamos notando más torpón, con dificultades de acceso, lentitud, cortes y necesidad de emplear la receta esa de apagarlo y volverlo a ponerlo en marcha, a ver si así…
Anoche me prometieron finalmente que nos llamaría un técnico, que vendrá a casa y revisará la línea. Será un día laborable y lo más probable será que verá que en ese momento funciona, con lo que seguiremos igual.
Claro que será de una empresa subcontratada y a lo mejor me explica lo que hay detrás de lo que nos está pasando, como un incremento de uso de las redes superior al absorbible, pero en todo caso es muy difícil que, con los horarios que se debe ver obligado a seguir y la miseria de sueldo que debe cobrar, es difícil que tenga tiempo para experimentar él en su casa lo que experimento yo con el internet de marras, y hasta es probable que el cine soviético, Bondarchuk y hasta si me apuran la línea oficialista del director y del escritor que sirvió de base a su historia le traigan al pairo.
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