En el año 2002 Eugènia Balcells aún se mostraba enormemente impresionada por el viaje que había hecho el año anterior a Birmania, en busca de un punto perdido de sus orígenes familiares. Había descubierto que su tatarabuela, casada con un alemán que fue a hacer fortuna al país, era una nativa, mientras que las crónicas familiares siempre habían dicho que era británica.
En aquel entonces, Birmania no era apenas visitado. Aung San Suu Kyi estaba fuertemente custodiada en su casa y todo el país estaba sometido a la Junta Militar (como ahora, vaya, pero aún peor). Eugènia y su prima se desplazaron al país para ver todo lo que les permitieron, pero no dieron, habiendo transcurrido más de cien agitados años, con nada personal concreto. Aún así el viaje le había maravillado y acentuado la deriva de su pensamiento hacia una visión muy alejada del occidental.
Ese mismo 2002 el entonces dinámico e innovador “Cultura(s)” de La Vanguardia, muy abierto a todo lo que suponían nuevos caminos para las artes visuales, le publicó en una nueva sección para sus páginas centrales (en las que tenían intención que los autores explicaran, dieran pistas sobre sus proyectos) un gran tablero en el que, como si fueran pequeños elementos de un mantra, la artista colocaba imágenes del proyecto de la película que quería hacer sobre el tema (ver la primera imagen, ahora utilizada para la promoción de la nueva película).
Aunque siguió en el rango de proyectos, las “Cartas de Birmania” de Eugenia Balcells, que debían registrar su viaje hasta el (no)descubrimiento en el lejano país de oriente y ligarlo con su propia historia personal (las confusas imágenes que tenía del jardín de Centelles donde vislumbró a su bisabuela y su hermana), no se llegaron a rodar nunca. Ahora, sin embargo, asumiendo que nunca tendría a su disposición la producción necesaria para ello, la Fundación Eugenia Balcells (ella misma, pues) se ha decidido a recoger las notas de viaje que escribió, montar con ellas un texto y decirlo ella en off sobre las imágenes entonces registradas, dando pie al “Cartas de Akyab” que ayer se presentó en la inauguración del Festival de Cine Asiático de Barcelona.
Uno podría pensar que habría optado por establecer, a partir de esas imágenes, una obra llena de luces, reflejos de colores y texturas que hablara de la artista visual que es. Si bien hay algún destello (nunca trabajado con la minuciosidad y perfeccionismo que suele) y sus ideas sensoriales y vivenciales están muy presentes, la película no sigue ese sendero.
Ayer confirmó finalmente que ella quería haber hecho una gran producción cinematográfica, yendo a rodar sus imágenes en Birmania, Centelles y quien sabe si en Heilderberg, mientras que lo que ha resultado es un muy sencillo documental. No obstante, quizás está bien que tampoco haya optado finalmente –obligada o no- por ello. Se hubiera perdido la frescura de las que son para mí, seguramente, las mejores imágenes del film resultante actual, la captación en un sitio remoto, sin excesivas pretensiones, de todo un pequeño batallón de jóvenes trabajadoras cargando en sus cabezas el arroz de un pequeño montículo y descargándolo en otro mayor, y alguna otra cosa de este estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario