Una obra de Cisquella.
La sombra inicial del realizador. Luego aparece también algún reflejo suyo… en el cristal de la puerta de algún vecino.
Me había dejado muy buen sabor de boca “Stranger In paradise” (Guido Hendrikx, 2016), que me pareció un interesante y a la vez autocrítico film sobre la opinión general sobre la inmigración, con lo que, sin pensármelo dos veces, he acudido al aún más curioso, posiblemente también autoparódico y, en cualquier caso, nuevo film suyo, indagador sobre la sociedad en que estamos insertos, “A man and a camera” (2021; en Filmin).
La cámara filma inicialmente un conglomerado asfáltico, estilo obra materia hiperrealista de Josep Cisqueloa, con unas manchas que a mí, de tan acostumbrado a verlas en pantallas, me han parecido de abundante sangre, vete a saber en qué crimen producidas.
Pero, por una vez, la cosa no va de eso. La cámara emprende movimiento, va registrando todo tipo de pavimentos y luego se pone a hacer otro tanto con todo lo que ve en la vecindad.
Pronto el que filma no debe contentarse con eso y empieza a llamar, silencioso, grabando las reacciones, a las puertas de las casas. Se suele encontrar con gente divertida, intrigada y finalmente enfadada ante su mutismo y falta de explicación sobre su actuación.
Alguno le invita a entrar en su casa, aún con el cámara sin abrir la boca, y tenemos pues la oportunidad de entrar en sus reinos privados.
La reflexión es libre. Puede ir desde un apunte de la intromisión de las cámaras en nuestra sociedad, y la reacción de ésta ante esa intromisión, hasta simplemente una forma de enfrentarnos a nuestro propio reflejo, de invitarnos a conocernos mejor.
Los interiores de las casas que aparecen, todos bastante parecidos, hablan, ciertamente, de un modelo muy extendido por el mundo rural holandés. Todo lo otro que se deduce sobre la gente que ahí habita, mucho más extensible.
Ponerse a recoger todo lo que ve por el entorno.
Y llamar a las puertas.
Manteniéndose callado, sólo grabando, cuando abren.
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