domingo, 27 de junio de 2021

Una clase de cielo

Todos los desplazamientos en el recinto se hacen en cochecitos de esos de golf.

Una clase de gimnasia matutina.

He estado viendo “Una clase de cielo” (Lance Oppenheim, 2020; en Filmin), sobre todo su primera mitad, con los ojos bien abiertos, con el estómago bien molesto, a punto de reventar.
Con una estética a lo Martin Parr retrata un paraíso artificial, The Villages, según la publicidad que he podido encontrar el “America’s premier Active Adult Retirement Community”, situado en Florida. Vamos: como una enorme residencia de (opulentos) ancianos con multitud de actividades deportivas a su alcance.
En esa primera mitad no sales del completo asombro por esa Disneyland para mayores, extremadamente limpia y cuidada, con la apariencia de un La Roca Store pero con además un gran conjunto de residencias. Todo a base de edificios construidos con la apariencia de ser “como eran aquellos en que crecieron de niños” sus residentes. Mientras vas viendo esa aberración, van apareciendo unos cuantos personajes, en situaciones llenas de patetismo.
Lamentablemente, una vez descubierto ese mundo, el film sigue el desarrollo de las historias de esos personajes, dando entonces, en vez de ir abriendo o completando el panorama, una serie de vueltas sobre sí mismo que lo atenazan, en mi opinión, bastante.
Llegado un momento te lanzas la cuestión primordial: ¿como es que no aparecen todo ese otro batallón de habitantes del resort? Porque buena parte de los habitantes de la “localidad”, o al menos de gente visible en él deben ser, sin duda, los que cubren los numerosos servicios necesarios para mantener con esa apariencia -hortera o no hortera al margen- el sitio. Por no verse, no se ve ningún enfermero, ni acompañante, de esos, por mucho que se resistan ellos, envejecidos protagonistas.
Un supuesto “paraíso” aterrador.


81 años, viviendo en su furgoneta, cada día intentando triunfar en su objetivo: ligar con una mujer disponible y con dinero.

Confesiones de una pareja, él entregado a las drogas.

Las alegres chicas entregadas a una de las infinitas actividades.

 

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