El periodista se persona en el pueblo en busca de su salvadora heroína.
Los dos ya en NY.
Andrew Sarris decía que William A. Wellman era de esos directores que ofrecen “menos de lo que dejan ver”, y ponía “La reina de Nueva York” (“Nothing sacred”, 1937) como ejemplo de ello.
Si bien es verdad que la trama -guión de Ben Hecht- se va desarrollando a brochazos y que ciertos gags parecen de payasos infantiles de circo, muy lejos de la fina ebanistería de un Lubitsch, no está nada mal detectar en una comedia americana como ésta el sano cinismo crítico que la preside y acaba culminándola de forma coral e inapelable.
El nombre de Selznick es el que concluye los títulos de crédito en vez del acostumbrado del director. La película la ha anunciado ahora mk2curiosity (también se puede ver así en Filmin) por sus colores, primicia del Technicolor, que desde luego no se habían asomado en los primitivos pases televisivos.
Carole Lombard es la chica pueblerina diagnosticada por un borrachín médico local de una intoxicación incurable por radio y Fredric March el periodista que va al pueblo a buscarla para llevarla a ver Nueva York por todo lo alto, pasando bien sus previstos últimos días. Y artículos que hacen llorar son los que incrementan exponencialmente los lectores y las ventas…
En el pueblo aparece una actriz de esas hilarantes con solo ofrecer bien caracterizadla su apariencia, Margaret Hamilton, y en la película alcanza protagonismo en varias escenas semi-documentales un rebosante de rascacielos pero sumamente pétreo Nueva York, muy anterior al lleno de brillantes edificios vidriados de solo 25 años más tarde.
Estrella querida por todos en la lucha libre del Madison Square Garden.
Margaret Hamilton.
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