Eleonora Rossi Drago y Julián Mateos, en los entrenamientos del Gran Premio de Motociclismo de Montjuic.
Los Sirex con Julián Mateos parece que en los billares de las Atracciones Apolo.
Creía que formando parte de la mesa redonda Esteve Riambau, director de la Filmoteca, estaba asegurada para la sesión de ayer en La Lleialtat de Sans de “El último sábado” (Pere Balañá, 1967) la copia que recientemente han restaurado.
La sorpresa fue entonces enorme al ver que se proyectaba una infecta, recogida con toda la pelusilla, rayas y píxeles del mundo, además de proyectada deformando los cuerpos de los actores, pero con la cagarruta de FilmoTeca de Catalunya en su extremo inferior derecha. No fue hasta el final del coloquio posterior cuando Riambau explicó que al no tener los derechos del film, habían podido hacer una restauración de la copia depositada en la institucón, pero no editar y comercializar DVDs ni nada parecido.
Pese a ello, la sesión sirvió para descubrir a varias personas por vez primera el único largometraje de Pere Baleñá, esa rara avis del cine catalán, situada en tierra de nadie entre el cine realista de la EOC y la sofisticación de la Escuela de Barcelona.
Carlos Losilla ofreció luego una atractiva mirada a la estructura global de la película, centrando su interés en su perpetuo movimiento, con un personaje en continuo tránsito (con siempre un conjunto de personas cual alborotados insectos a su alrededor), en un movimiento del que también participa la propia cámara (con, como cumbre, ese extraordinario travelling panorámico que registra la ida matutina al
trabajo de los habitantes de los nuevos polígonos de vivienda y de “la Barcelona informal”, caminando casi campo a través bajo las torres de alta tensión para alcanzar la última parada del tranvía) hasta el plano final, en que el movimiento se acaba bruscamente.
Esteve Riambau, por su parte, que pudo hacer una larga entrevista a Balañá poco antes de su muerte, explicó entre otras cosas los terribles problemas con los que se enfrentó Balañá en el rodaje, del que querían apartarlo. Uno no menor fue descubrir que el actor que iba a interpretar a ese apasionado de las motos, tras las que va toda la película, y con la que se movía de un lado a otro, Julián Mateos, no sabía ir en moto...
A mí esta nueva visión de la película me ha aportado, a parte del placer que no se acaba de observar mejor e intentar descubrir los sitios y gentes de la Barcelona de los 60 que en ella aparecen, la constatación de la existencia de esa estructura global de la que hablaba después Losilla. Por un momento la panorámica inicial sobre el puerto parece deshacerse, dándose en sentido inverso, en la escena final. Y un detalle ejemplifica ese intento planificado de dar un carácter global al film, de ir ligando sus piezas: La cámara ha efectuado durante los títulos de crédito iniciales una panorámica por el puerto y luego por un barrio de vivienda social mientras va sonando una musiquilla. En el plano siguiente vemos a Julián Mateos en el lavabo, ante el espejo...mientras canturrea esa misma tonadilla.
Eso de los derechos del film, que acapara alguien que por el momento no comercializa el film, debe extenderse a las imágenes del mismo, porque casi todas las visibles por internet tienen la marca de una gestora de esas que trafica con este tipo de cosas.
Mireia Iniesta coordinando a los componentes de la mesa redonda.
Zoom al exterior de la Cooperativa La Lleialtat.
Y completando el zoom, el edificio global de la Cooperativa. Por dentro es ahora otra estructura totalmente diferente.
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