sábado, 11 de mayo de 2019

Carta de una desconocida

Volviendo de una sesión de “Carta de una desconocida” (Max Ophuls, 1948), unas cuantas cosas en las que he reparado, algunas de ellas por vez primera:
- Por descontado esa (doble) escena maestra, en la que vemos cómo Louis Jourdan y Jean Fontaine entran en la casa del primero y se abrazan. Podría ser una escena de felicidad, pero Ophuls nos lo desmiente: Nos los hace observar desde la escalera, precisamente acomodando la cámara en el mismo emplazamiento de una escena previa, desde el que ella, mucho más joven, le observaba entrar con otra mujer (fotografía 1). Ella se derrite, radiante de felicidad, pero nosotros, espectadores, sabemos que sólo es una más en una cadena de conquistas.

- La utilización de elementos físicos y sombras de forma alegórica. En el primer encuentro entre los dos, ella aparece detrás de barrotes, marcos de puertas y listones de vidrio y, por si fuera poco, las sombras de los de una ventana completan el efecto de estar como enjaulada (fotografía 2), quizás como premonición de ese estado de prisionera suya que va a adoptar a partir de entonces.

- En dos escenas muy similares, ella se despide de su amante y de su hijo, pensando que será por poco tiempo (¡un par de semanas!). En la primera, entre los dos amantes aparecen los barras puntiagudas, en forma de lanza, de una valla interior de la estación, singularizándose en dos -las dos semanas...- (fotografía 3). En ambas la escena acaba con ella regresando a su casa franqueada por todos esos notorios, punzantes barrotes (fotografía 4)

- Me dicen que toda la película está rodada en decorados. Entonces, esa divertida escena de la pareja en esa atracción que simula un tren recorriendo sitios pintorescos del mundo entero (fotografía 5) sería, entre otras cosas, la sublimación del decorado.

- La escena de rotura entre marido y mujer se produce en una sala con una pared posterior llena de sables. Al margen de ayudar a la violencia del momento, puede suponer una premonición del desenlace.
- Hay un momento retomado y magnificado en “Madame de...” (1953). La pareja baila (fotografía 6) hasta la extenuación... de los músicos, aquí de una orquesta femenina.

- Una escena al mero estilo Buñuel o Hitchcock, que se resistían a ser redundantes y dejaban que el espectador viera (de lejos, o a través de un cristal) lo que pasaba sin oír los diálogos, porque ya le habían informado previamente de lo que iba a pasar. Aquí vemos cómo ella le responde un sonoro no al pretendiente (fotografía 7), con lo que el posterior momento de la comunicación de la rotura del noviazgo entre ella y el teniente a la familia ya lo podemos ver a distancia, sin oír lo que se dice.

- Y debería volver a verla para confirmarlo o negarlo, pero al buscar fotografías con las que ilustrar está entrada he dado con el momento en que ella descubre a su madre con su amante. Lo hace, precisamente, desde un punto elevado de la escalera (fotografia 8), muy parecido al de su mirador inicial, desde el que descubrió al pianista llegando con una amante.

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