martes, 29 de agosto de 2017

Ménilmontant




Por si fuera poco el catálogo de piezas clave del cine mudo de Shangrila, ahora José Luis Marquez nos facilita un enlace para dar con la obra de Dimitri Kirsanoff, y entre ella con su película más conocida, el mediometraje "Ménilmontant" (1926).
Acostumbrado últimamente al buen rollo proporcionado por las películas de Boris Barnet, el inicio del film no puede aportar más contraste: vemos los bestiales hachazos, propios de un oscuro drama rural, que un hombre proporciona a su mujer. En un campo cercano, dos gráciles niñas vestidas de blanco con un enorme lazo en sus cabezas (que se nota a la legua que de niñas las actrices que las encarnan no tienen ya nada, con lo que veremos su recorrido posterior) juegan inocentemente, ajenas al drama que está convirtiéndolas en huérfanas.
Dice Georges Sadoul que el film, que destaca como precursor del realismo poético francés, no tiene nada de melodrama, pero me va a disculpar Sadoul: Es un melodramón, que muestra a las claras su hipócrita uso de la brocha gorda para supuestamente concienciar de los peligros que acechan a las jóvenes que, en la gran ciudad (las hermanitas en efecto crecen, y van a trabajar al barrio parisino del título), se dejan convencer por un tarambana o por el dinero fácil si no se ha tenido una educación moral adecuada, en este caso debido a la ausencia familiar en el momento más crítico.
Queda claro que ese no es el punto fuerte del film, que entra por los ojos, si uno puede olvidar a qué sirve, y que no es otro que el despliegue impresionante de imágenes con una composición y fotografía perfecta (la copia de YouTube es de una nitidez muy superior a las imágenes que cuelgo), con en ocasiones sombras y claroscuros y, sobre todo, gracias a las sobreimpresiones y al ritmo endiablado del montaje, al (buen) estilo vanguardista soviético, con el que se nos sirven las cavilaciones de la protagonista o la vorágine de la ciudad con la que se encuentra.
Para los que no gusten del cine mudo por tener que enfrentarse a la lectura de unos intertítulos que cortan el ritmo de las imágenes, que no se preocupen: No hay ni un sólo intertítulo en la película, que avanza únicamente por la imagen y por detalles a los que nos acerca algún plano, como es el caso del despertador, que más tarde nos deja ver también su mecanismo en una tensa espera.
Una de las "niñas" juega inocentemente, ajena a la tragedia que está produciéndose.
Las dos ya huérfanas, ante la tumba de su madre.
Emprenden la ida a la ciudad.
En una secuencia que recuerda la de la magistral escena central, con su famosa elipsis, de "El sur".
Se encontrarán con la gran ciudad, ocasión de impresionantes escenas de dinamismo, al estilo de la vanguardia soviética.
A la que llegan en tren.
Queda por las calles de Mélimontant con el que se ve a las claras -sólo hay que verle la cara- que es un tarambana sin escrúpulos, que sólo piensa en eso...
Ella en un dudoso sí, pero no.
La seducción.
La espera tras la confusión.
Y a otra cosa, mariposa. Sabe un poco mal que escenas tan espectaculares como la de la imagen sirvan únicamente para este cometido argumental, indigno de un vanguardista... que no acabó siendo Kirsanoff.

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