Me he refugiado en un documental, y más concretamente en un documental de arte: "Gerhard Richter - Painting" (Corinna Belz, 2011. En Filmin).
Con referencia a la proximidad y a la calidez de sus espacios (casa y jardín) que nos ofrecía de Peter Handke el documental que la misma cineasta hizo cinco años después, inicialmente te asustas un poco viendo la frialdad del taller de Richter, que parece más una empresa -estilo arquitecto estrella- que otra cosa. Él mismo resulta algo distante, rehuyendo el cuerpo a cuerpo con Corinna Belz, quien parece que deba conformarse con recabar las explicaciones de los dos asistentes del pintor.
En el taller vemos las maquetas -con reproducción fotográfica minúscula de los cuadros incluida- en las que planifican las exposiciones que ha ido teniendo en las grandes salas de exposición de todo el mundo. Pero sobre todo vemos a Richter pintando una serie de cuadros abstractos. La cámara se acerca para que contemplemos cómo carga las barras metálicas o de plástico transparente que luego utiliza para repartir la pintura de forma uniforme por el lienzo, aportando y tapando colores. Lo hace vestido con pantalón y camisa impecables, sólo con unos guantes protectores, en vez del preceptivo mono.
Aunque también habla de lo molesto que le resulta que le observen mientras pinta, poco a poco va haciendo confidencias (como ese pensamiento después de una veloz demostración de que "debiera buscar la forma de hacer los cuadros así de rápido, así de fácil, pero que además estuvieran bien"). Y llega a hablar de lo que resulta de haber alcanzado su nivel de fama, de los cuadros que tiene colgados en su estudio "para comparar", de que es necesario dejar pasar un tiempo para saber si lo que se acaba de pintar es bueno o debe ser repintado por completo, etc.
Los cuadros que -dice- tiene colgados "para comparar". |
Le cuestiona a la realizadora el documental que está haciendo ("El de Phillip Glass sí que estaba bien, con su música mientras pasea...") y entonces Belz pone en la banda sonora unas cuantas notas musicales espaciadas, mientras vemos a Richter sentarse reflexivo ante su jardín.
Poco a poco, Gerhard Richter se va abriendo, casi hasta abandonando esa risa que utiliza como defensa. En un momento dado le oímos reflexiones sobre fotografías familiares, que la cámara repasa, y hasta nos habla de la relación con sus padres. Más frío que el encuentro posterior con Handke, sales de su visión pensando que te conoces bastante mejor al pintor y sus circunstancias.
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