domingo, 7 de julio de 2024

Évelyne Rey

Évelyne Rey y Serge Reggiani en la representación de “Los secuestradores de Altona”

En la adaptación para la televisión hecha por Michel Mitrani de la obra “Huis clos”, de Sartre.

No la recuerdo, aunque trabajó en películas como “Bob le flambeur” (Melville) y dirigió en Túnez un documental para la televisión francesa (“Beya ou… ces femmes de Tunnisie”), Évelyne Rey destacó, en realidad, como actriz de teatro. Claude Lanzmann, que fue su hermano, le dedica unas apasionadas páginas en sus memorias, “Le lièvre de Patagonia”, y, leyéndolas, te asombras de ciertas dramáticas (porque, en el fondo, el hecho de que acabase mediante un suicidio a sus 36 años, lo convierte todo en dramático) simetrías.
Pero Lanzmann habla antes de sus amores, de sus pasiones previas y de las pasiones que despertaba.
Fue inicialmente amante apasionada de Gilles Deleuze. Llegada a París a los 16 años, lo conoció por mediación de su hermano Claude: “Ella tenía dieciséis años, un cuerpo de pin-up, inmensos ojos azul cobalto, una bella nariz semita. (…) Se enamoró de Deleuze desde las primeras palabras que él pronunció, enamorada de la filosofía, de la ironía y de la risa filosóficas inseparables en él de los golpes de desvelamiento del mundo con los que barría la estupidez, convirtiendo a su interlocutor en cómplice, testigo, discípulo, productor de pensamiento,…”
“Deleuze y ella no se separaban (… pero) un día me pidió rendirle lo que me definió como un inmenso y muy difícil servicio. (…). Quería romper con mi hermana y quería que se lo anunciase yo mismo. (…) Mi vínculo con Deleuze se rompió irremediablemente.”
Luego vino el hombre orquesta que aquí conocimos gracias a su canción “Le tourbillon”, interpretada por él mismo en “Jules et Jim”: “Fue Serge Rezvani quien la devolvió a la vida (…)”.
Pasado el tiempo, sigue relatando Lanzmann, “tenía una cita con ella y su marido (como dice la Wikipedia, Évelyne se había casado con Rezvani) en el Royal, un café muy animado de Saint-Germain-des-Prés. (…) Deleuze entró en mi campo de visión o, más bien, en el campo de visión de los tres. Nos vimos los cuatro en el mismo segundo, cuatro miradas se intercambiaron en un destello, o mejor: la mía sobre Évelyne que veía a Deleuze, sobre Deleuze que veía a Évelyne, sobre Serge que los veía verse, etc., juego de espejos ante el abismal destino. Supe, supimos todos al instante, que ella iba a volver, ineluctablemente, con Deleuze”.
Hubo, claro, otra posterior ruptura, y llegamos a la relación cruzada de los hermanos Lanzmann.
Claude Lanzmann estaba ya por aquel entonces con Simone de Beauvoir cuando Sartre le comunicó que quería conocer a su hermana, pues le habían dicho que estaba muy bien en la representación teatral de su “Huis clos”:
“Évelyne Rey, ante el autor de la célebre pieza, estuvo brillantísima esa noche en la Comédie Caumartin. El Castor estaba sentada entre Sartre y yo, él a su diestra, yo a su zurda; yo estaba dividido, en guerra conmigo mismo, muy orgulloso de la actuación de mi hermana, pero aterrorizado porque cada una de sus réplicas, de sus actitudes, su manera de moverse, las muecas de mala fe propiamente sartianas del infanticidio que busca acomodos con la realidad, sellaban lo ineluctable que iba a cumplirse. A medida que se me imponía la evidencia, presionaba con mi mano la rodilla del Castor, como forma de decirle: ‘¡Ay, ay, ay, catástrofe!’, que ella entendía perfectamente, porque en otros momentos era su mano la que apretaba la mía, significando un ‘estamos perdidos’ (…). (…) Sartre la amó locamente. (…) Durante (unos) años (en los que Sartre, como había hecho con otras amantes, le puso un piso cerca de su casa), mi hermana fue feliz, hacia teatro, tenía a Sartre, a quien permaneció fiel hasta que decidió dejarlo.”


 

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