Capturas, a lo bestia, que he ido haciendo de la pantalla con la tableta.
Una completa escena en el metro. Apuntó de salir, a la izquierda, la cantante. Detrás, hablando con las empleadas del metro, puede verse a Pedro G. Romero.
Canta cosas tal que ésta.
Una banda infantil en una escuela de música del barrio.
Recital -precioso- en un garaje.
Fui a la exposición “Una ciutat desconeguda sota la boira” exclusivamente para ver la última pieza de José Luis Guerin, esbozo, esencia o semilla (aún no lo sé, y vete a saber) del largometraje que tiene entre manos, pero hay mucha más cosa en esa exposición, y esta mañana, a primera hora, para gozar del (inexistente) frescor inicial, he ido al MACBA a explorarla.
Nada más entrar, te topas con una enorme pared repleta de fotografías que Manuel Laguillo hizo de la amalgama de cosas que se encuentran en la Barcelona que sube por la falda de Collcerola, pero de eso hablaré en otro momento porque, ya que empecé con cine, diré que luego me he topado en la sala siguiente con una película de Pedro G. Romero de 55 minutos, y claro está, me he puesto a verla.
Se llama “Lo que va debajo” (2023/24), y lleva un subtítulo que viene a decir que se trata de un intento de serie de 13 episodios sobre el flamenco en Nou Barris. ¿Cuándo una televisión pública pasará series como ésta? Betevé, por lo menos, está obligada a ello…
Claro que el flamenco está en la base de todo, como lo está en esas dos imprescindibles películas que rodó junto a Gonzalo García Pelayo, “Nueve Sevillas” (3020) y “Siete Jereles” (2022), pero es, como en ellas, mucho más, porque late y se esboza toda la historia y el presente del distrito de Nou Barris barcelonés, apoyándose en la documentación y en los que la recorrieron y la documentaron, ofreciendo lo poco ahí filmado (hay fragmentos de películas de Llorenç Soler, de Vídeo-Nou y de una pelicula rodada en el antiguo manicomio del barrio por Joan Acarín) y fotografiado. Jordi Corominas directamente a la cámara y una voz de locutora femenina en catalán contextualizan un poco.
Pero lo fundamental, eso sí, es el alma flamenca que se esconde en Nou Barris, la presencia actual del mismo que se puede contemplar acompañando a una serie de artistas flamencos e históricos del lugar que lo recorren o las actuaciones de bandas, bailaores, guitarristas y demás, de los que mi ignorancia en el tema no deja aportar su nombre, en espacios singulares (escuela de música, local de los bajos de la parroquia, hasta un garaje…) que van surgiendo.
Hasta la intervención que puede resultar más larga y menos espectacular, en la cual que un guitarrista se desplaza tocando su instrumento por el barrio, ocupando siempre el centro de la pantalla, te permite ir viendo por los rincones su paisanaje y, además, para dar cuenta de la vida que, aunque puede que maltrecha, lo habita, Pedro G. Romero finaliza la secuencia poniendo en la banda sonora el sonido producido al golpear con un hierro una bombona de butano vacía: el repartidor (que, en Barcelona, son todos pakistanís, y no desentonarían con los que viven en varios de estos barrios que comprenden el distrito).
Ahora bien. Durante los 55 minutos que dura la proyección, me ha parecido ver pasar, quizás echando una mirada un rato, a tres personas. La cuarta creo que era el vigilante haciendo la ronda. Pongamos que los locales se han ido de vacaciones. ¿Nadie informa, desde la industria turística que fomenta y regula la marabunta turística, a esa innumerable basca que nos invade, ansiosa de volver a sus lugares de origen con toda la esencia de lo visitado bien captada?
He completado el ciclo de la proyección, enlazando con lo visto en primer lugar y, temiendo que se me echara encima la peor hora de la canícula, he emprendido el camino de regreso a casa, dejando para otra visita lo que resta. Hay tiempo hasta el 12 de enero, y en agosto no puede decirse que la ciudad resplandezca por sus numerosas exposiciones, así que…
Ante una de las casas baratas de La Peguera.
Referentes.
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