lunes, 22 de julio de 2024

Sabotaje

Un escenario de ciencia ficción…

El western de Hitch…

Tercera imagen.

La pareja en el baile del salón.

Me dejo llevar por la contemplación de las películas de Hitchcock. De tanto en tanto, sonrío al ver aparecer un característico, o hasta me carcajeo un poco -perdón a los de la sala- si algún diálogo está bien trabajado para lograr ese efecto.
Ayer apenas pasó eso, porque tanto actores de los característicos como bromas en los diálogos son muy escasos en “Sabotaje” (1942; el título inglés, “Saboteur”, apuntando al que ocasiona el hecho, y no al hecho en sí), y sobre todo en su inicio, de una seriedad absoluta.
Ante esa ausencia, o gran escasez, tocará centrarse en escenas icónicas, que las hay abundantes en la película.
Un extraño espacio (primera imagen) acoge la escena inicial, la fábrica de aviones donde se va a producir un sabotaje. Ni que decir tiene que se acusará erróneamente del hecho al protagonista, que huirá y, con la ayuda de una chica que al principio le es hostil, irá en busca del real saboteador y la extraña sociedad que, como es natural, tiene previsto organizar otro enorme sabotaje y se ha de ver si están a tiempo de evitarlo. Es un nuevo caso hitchcockniano, pues, de falso culpable, rodado en unas fechas en las que Estados Unidos no había entrado aún en la guerra, y campaban por el país muchos grupos de simpatizantes de los nazis.
Es una época ésta en la que Hitchcock achaca las principales debilidades de sus películas a no poder haber contado con los actores adecuados para encarnar a sus protagonistas. Para “Enviado especial” quería a Gary Cooper y se tuvo que conformar con Joe McCrea. Aquí se desespera porque ni el actor que interpreta a su falso culpable (Robert Cummings) tiene el carisma y la personalidad adecuada para mantener la atención del público, ni ella (Priscila Lañe) ofrece la pinta sofisticada que debería.
Es verdad que Cummings no está a la altura y no sientes por él la simpatía que, como espectador, debieras. Hay que fijarse, entonces, llego otra vez a lo mismo, en las imágenes icónicas, que se han hecho famosas, con las que acabaré esta entrada, y en pequeñas píldoras muy de Hitchcock, entre las cuales, ese repiqueteo del extintor en el camión que le recuerda al protagonista la causa de la explosión de la que le acusan (como los multi-presentes cuchillos le recuerdan a la protagonista de “Murder” su homicidio), o la multitud de picados abísmales tan interesantes como los de desde el rascacielos de la ONU en “Con la muerte en los talones”.
Escenas que se recuerdan, algunas muy de Hitchcock, bastantes:
-Empezaré por nombrar una insólita (ver la segunda imagen): un cachito de western. Unos hombres a caballo persiguen por la pradera a un cuatrero (nuestro protagonista). Desde luego eso no es propio de Hitchcock, pero sí esa afición a meterse en otros terrenos reconocibles por los espectadores.
-El fugitivo, con esposas, que se refugia en una cabaña y cree será descubierto por el patrón de la misma… hasta que ve es ciego (tercera imagen). Una escena luego muy reproducida.
-Dos escenarios de esos enormes, llenos de gente, por los que los protagonistas (o antagonistas) intentan escapar de sus enemigos: el gran salón de baile, con todas las salidas vigiladas (cuarta imagen) y el cine también con las diferentes puertas tomadas, en este caso, por la policía (quinta imagen).
En la escena del cine, el film noir de la pantalla interactuando con los espectadores (sexta imagen) en una escena muy a lo Orson Welles, avanzándose -en otro registro- a Woody Allen -o siguiendo a Buster Keaton…-.
-La más icónicas de todas las del film: la persecución en la estatua de la libertad (séptima imagen colgada).
Y es una lástima que se hagan evidentes los discursos morales y patrióticos, en un par de ocasiones, con gran intensidad. En una ocasión se produce en una escena mínima, con reducido aforo: mientras nuestro protagonista habla de “la buena gente”, en la banda sonora, apreciamos el son de varios (y a mi modo de ver muy excesivos) violines.
Por el final vuelve a haber, ahora de forma altisonante, un discurso enfático, ahora público, en la radio, a favor de esa “buena gente” y la democracia… Me da la impresión de que se empezaban a utilizar malas artes para captar a una opinión pública que, como he dicho antes, estaba en el filo entre dos formas opuestas de vivir.

Y los policías vigilando las salidas del cine.

Una pantalla que interactúa con los espectadores.

Y sé que, para que se viera, tendría que haber puesto esta imagen en primer lugar.
 

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