jueves, 25 de julio de 2024

La sombra de una duda


Fui ayer a la Filmoteca a ver “La sombra de una duda” (Alfred Hitchcock, 1943) con las gafas de “El sur” (Victor Érice, 1983).
Varios aspectos, ciertamente, las relacionan. Ambas son el retrato de un proceso de decepción paulatina. Aquí Charlie (Teresa Wright) con su tío Charlie (Joseph Cotten), a quien tiene entronizado, al representar todo (viajes, elegancia, clase, don de gentes,…) lo que no encuentra en su mundo. En “El sur”, el de Estrella con su anteriormente adorado padre.
Hay en ambas, también, en una escena, la reunión de dos porciones de una familia, que han estado separados mucho tiempo.
Y también, como atinadamente me hicieron observar ayer al salir, cuando explicaba estas intuiciones, la imagen de Omero Antonutti estirado en la cama en la fonda de la estación, esperando huir a algún lugar, guarda cierto parentesco con la inicial de Joseph Cotten en su hostal de mala muerte, en circunstancias parecidas.
Película de Hitchcock ya norteamericana por todos sus costados, se inicia con una escena de cine negro (género al que se podría adscribir toda ella, rociada de una serie de toques psicológicos) de ambiente sorprendentemente realista: aparecen dos vagabundos junto al puerto, un crío cruzando la calle en un barrio desfavorecido… y, como dije, ya en la ficción, Charlie tumbado en la cama de la pensión. Es interesante anotar dos detalles de utilización, en ese momento, de las sombras, que me habría gustado haber tenido presentes en el Ombres Mestres que dedicamos a este tema: por un lado, la patrona de la pensión baja la persiana del cuarto de Charlie y, a éste, tumbado en su cama, le cubre su rostro de repente la penumbra, como anuncio del negro futuro que le espera. Poco después, en la misma habitación, él mismo abre las persianas, pero los visillos tamizan la luz, que incide en su cara en forma de rejilla. Si sigue así puede acabar en la prisión.
De ese ambiente de cine negro, culminado con un hermoso, pero sórdido picado sobre la calle, pasamos, en un cambio brusco, a un ambiente amable, de lo más provinciano, representado por ese cruce principal de la población de Charlie, la sobrina, que habita en la bonita casa familiar que luego frecuentaremos.
Hitchcock decía -y le doy la razón-, que a su “Rebeca”, que en esta ocasión se me hizo bastante pesada, le faltaba humor. En ésta los elementos cómicos los aportan los hermanos pequeños de la chica y ese amigo del padre, quizás secretamente enamorado de Charlie, y entusiasta de las tramas policiacas. Pero, como decía, yo colocaría el grueso de la película en el cine negro.
Hay un asesino de viudas suelto, y “La viuda alegre” es el motivo musical de la función. Hitchcock, en dos o tres momentos hace aparecer, impresionadas en la imagen, una serie de parejas decimonónicas bailando ese vals. En una ocasión, esa música resuena a todo volumen, sobre unas noticias de un periódico leído en la biblioteca municipal, que barren y disipan, dramáticamente toda la sombra de duda, para confirmar la hasta entonces sólo sospecha.


 

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