¡Qué bien va, según cómo, la falta de memoria. Fui ayer a la Filmoteca a ver “Sospecha” (1941), una de las películas de Hitchcock que creía recordar por completo: toda su primera hora, la más dinámica y divertida, la vi como si lo hiciera por vez primera. De hecho casi sólo recordaba las secuencias por acantilados y poca cosa más.
Aunque ambientada la película en Inglaterra, estamos ya en la etapa norteamericana de Hitchcock. Es verdad que sigue utilizando decorados construidos y transparencias, pero los primeros están acabados de forma más realista y las segundas rozan la perfección. Las secuencias se suceden de una forma más orgánica, sin sobresaltos, todas ellas envueltas en una música que en mi opinión uniforma y subraya. Vamos, que mi teoría es que este buen acabado general resta la frescura que siguen hoy en día presentando sus películas inglesas. Pero vaya, centrado esto, sigue siendo muy interesante su visión.
El film empieza, haciéndonoslo familiar, en un compartimento de un tren, en el que Johnnie Aysgarth (Cary Grant), un vividor con gran éxito con las jovencitas, que frecuenta los lugares de buena sociedad, coincide con una chica estudiosa, hija de millonarios -y considerada solterona sin remedio-.
Joan Fontaine no es Katherine Hepburn, pero la primera media hora de la película, hasta la boda entre ambos, podría muy bien ser una comedia de Howard Hawks con esos dos actores. Huelga decirlo, nadie pondría “Sospecha” como película positiva desde el punto de vista de la perspectiva de género…
Tras la boda se produce un cambio brusco en la actitud de Johnnie, y todo el resto de película avanza en dientes de sierra: ella se desespera tras enterarse de una bochornosa actuación de su nuevo marido… hasta que le llega un alivio aún superior cuando él le hace ver que no se ha comportado mal y sólo ha sido un malentendido, y vuelta a empezar con otra sospecha aún más grave una y otra vez. Es divertido ver cómo Hitchcock va oscureciendo cada vez más, coincidiendo con esos puntos álgidos de la sospecha de ella, la cara de Johnnie.
Como en todos los Hitchcocks, una buena colección de actores secundarios (con papel mínimo el que hace de fotógrafo en la cacería, pero con papel importante -el bonachón e inocente amigo Becky- Nígel Bruce) y algún gag que puede pasar desapercibido, como el de ese investigador de la policía obsesionado, seguramente muy extrañado, al ver el pequeño cuadro de Picasso en una pared de la casa.
Disfruta Hitchcock insertando una pequeña escena mostrando cómo corta el pollo el forense, mientras habla de una exhumación de un cadáver. Parece un claro antecedente del asqueroso pollo de “Eraserhead”, el primer largometraje de David Lynch.
Y si se ve forzada la escena cumbre que todos los que hayan visto la escena recordarán y se sale del cine pensando que cosas previas observadas en Johnnie no se borran y siguen ahí para temor del futuro, sólo resta pensar -tras leer el trozo correspondiente de “El cine según Hitchcock”- cuán fuerte sería el poder de Hollywood, para imponer su tergiversación radical en la adaptación de la novela de base. Y lo poco que le debió gustar al director dar su brazo a torcer.
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