Salvador Aulestia, el nombre del que oí hablar por primera vez en Albiñana, junto a su mundo esotérico -que ahora veo que le vino de su mujer- y ligado al de Juan Eduardo Cirlot. No sabía nada de su evolución posterior, en Italia…
Una enorme escultura de Salvador Aulestia que había en el puerto de Barcelona.
Y otra de sus obras.
Orson Wells ofrecía al espectador de su “Fake?” pensar en la posibilidad de que su propio film sobre Elmyr de Ory se tratase de una falsificación. En algún momento de “Oswald. El falsificador” (Kike Maillo, 2022) te pasa por la cabeza que todo lo que ahí se expone bien podría ser una ficción construida como si de un reportaje de TV se tratase. Ese habría sido un buen tirabuzón… que no se da.
Ha sido Martí Rom esta mañana (cuando los dos, mientras comíamos, hablábamos del sable que Salvador Aulestia regaló a Joan Perucho para su casa de Albiñana), quien me ha puesto en alerta sobre el pase por TV3 de los dos primeros capítulos (que se completarán con un tercero mañana miércoles) de una miniserie sobre su hijo, Oswald Aulestia, que lo descubre como un enorme falsificador de grandes pintores, al tiempo que hace mirar el mundo del mercado del arte con una buena dosis de prevención.
La miniserie (y no sé si también el largometraje de Filmin, que he descubierto después y he utilizado para ver el final de la historia), se inicia con la bazofia esa -que conviene saltar- de todo documental televisivo a la americana, por el que han de aparecer pequeños y atropellados flashes de las múltiples entrevistas posteriores.
Luego hay entrevistas más logradas que otras, con las que Kike Maíllo va acrecentando la intriga del espectador por conocer al personaje, que aparece finalmente al inicio del segundo episodio, para luego ya seguir con él y su deriva.
Es una lástima que se potencien tanto, hasta la saciedad, los recursos televisivos y que -eso ya es cosa personal mía- el personaje me caiga, una vez empieza a hablar, fatal. Porque la historia que hay detrás es de lo más interesante. Ahí está para verificarlo la personalidad de Sebastián Aulestia y de su mujer, la explicación de lo difícil que es que los timados acusen al falsificador -como dice Oswald: si le denuncian, la obra que de él poseen deja automáticamente de tener valor- o esa demostración callejera de cómo se puede hacer en un par de minutos un valioso Tàpies.
Éste es un original de Oswald Aulestia… en su propio estilo, sin imitar a Miró, De Chirico (impresionante la anécdota relacionada que explica), Modogliani o Chagal.
El psicoterapeuta de Oswaldo Aulestia, hablando de su paciente.
Kike Maíllo (que aparece, a mi entender, tanto, representando él mismo su investigación, que se añora la época en la que el investigador se mantenía en un discreto off) en Venecia.
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