martes, 4 de julio de 2017

La película de nuestra vida


Quedan ya sólo un par de sesiones (viernes tarde y martes noche) para ver en el Zumzeig “La película de nuestra vida” (Enrique Baró, 2016). Dos oportunidades más, pues, al margen de la que he aprovechado yo hoy, para revivir viéndola aquél detalle o aquel otro de los veranos que fueron pero que ya no son.

He conocido fugazmente en la vida real a Teodoro Baró, el que hace de miembro de la generación mayor de la familia en la película. Ha venido con su mujer y en alguna ocasión se les ha sumado su hijo, el realizador, a unas sesiones de cine para ingenieros jubilados que yo presentaba. Lo que quizás más me ha sorprendido es ver lo contento que se le nota, lo bien que lo pasa, actuando en la película. Es cierto que es éste un film muy festivo, en el que siempre hay un momento u otro en el que sueltas la carcajada, y en el que, de forma casi permanete, esbozas una sonrisa porque lo que ves o lo que oyes te lleva de forma directa a un recuerdo personal parecido. Pero, si se piensa, lo que se detecta en la película podría ser para él un verdadero drama: Una casa prácticamente hecha por él que ya no funciona, y que para que fuera operativa debería derribarse y construir de nuevo. Llena, además, de trastos en mal estado de conservación, que ya nadie querría.

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