En "À flor do mar" (João César Monteiro, 1986), un par de niños que corretean por ahí y tres mujeres emparentadas, cada una de ellas en plena aunque ocultada contienda con una oscura infelicidad que la acosa, pasan el verano en un caserón junto al mar. Un misterioso hombre, que aunque tenga air
e de venir de película de acción de los años 70 también recuerda al Terence Stamp de "Teorema", hace su aparición.
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La cena familiar en el caserón. |
En la casa todos parecen tener un gran sentido escenográfico. La mayor pone en el tocadiscos una ópera y avanza por el pasillo a la luz del quinqué. La criada, la Sra. Amelia, también con su drama familiar a cuestas, prepara el pescado al horno como si de una representación teatral de gran tradición se tratase, cautivando a los niños. Y así unos tras otros.
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Lucía Morante, Sara, entre la luz y la sombra. |
El poso y las disertaciones literarias dominan unas conversaciones, nunca carentes de humor, pero también llenas de reflexiones de peso ("Pasan por nuestra vera, incólumes en lo que ellos proyectan", se oye, en referencia a los niños que ahí crecen). Todo un fondo de historia clásica envuelve y conduce la trama. Se habla en portugués, italiano, inglés (el recién llegado), y hasta alemán (asaltantes) y español (la canción de la disco). La belleza de la música que escuchan las ocupantes de la casa, envolviéndolo también todo, está a juego con la belleza de las imágenes -una continua disputa entre la luz y las sombras- y de las protagonistas (Laura Morante, Teresa Villaverde). Y en un par de ocasiones, extradiegética, también bellísima, aparece música de Bach para completar la sesión.
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Ante el espejo, sorprendida: "¡Pero si tú estabas muerta!" |
No hay que asustarse. Es quizás la película con más clara línea argumental de entre las que he visto de Monteiro. Incluso incorporando, aunque sea con afán de carácter mítico, un cierto aroma de thriller. Y toda ella podría verse también como un magnífico retrato, muy observador, sobre la familia y sus cosas. Basta ver mínimamente lo plausibles que nos resultan esa niña y su hermano, sus actividades y la relación que con ellos tienen todos los adultos.
En definitiva: un regalo.
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