Jesús Franco no gana para desengaños en “El extraño viaje” desde la muerte de sus padres. Invoca al tiempo pasado continuamente: “¡Con lo buenas que estaban las peras del huerto de papá!” ¿Cuáles podrían ser esas riquísimas peras del huerto de papá, a conservar en la memoria? Aquí –Cine- se intenta recopilar y dejar visibles las impresiones a vuelapluma, en general sin documentación ni análisis previos, de la reciente visión de alguna película que me haya causado buenas vibraciones.
domingo, 31 de enero de 2016
Carteles Punto de Vista
viernes, 29 de enero de 2016
Itziar González y Albert Recio hablan de los mecanismos del poder
miércoles, 27 de enero de 2016
Informe General II. El nuevo rapto de Europa
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| Pere Portabella, tras la proyección del pase de prensa de ayer, en el Verdi. |
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| En el pasillo/vestíbulo del cine, durante una entrevista. |
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| Marina Garcés e Itziar González, tomando un té en una cafetería, frente al Museo Reina Sofía. |
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| Un plano cenital del Consejo Ciudadano de Podemos |
martes, 26 de enero de 2016
Música visual
domingo, 24 de enero de 2016
El poder ara
viernes, 22 de enero de 2016
Ozu y la casa japonesa
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| Marta Peris Eugenio, paseando nerviosa por el aula vacía, antes de empezar su defensa de tesis. En la pared, recibiendo a los asistentes, un fotograma de "Bakushu" (1951) |
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| Un fotograma de la película, durante el desayuno. |
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| La planta de la casa de la película, deducido laboriosa pero extraordinariamente por Marta Peris. |
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| La superposición de todos los planos confirman la planta, salvo unos escasos espacios marginales. |
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| Marta Peris, durante su presentación. |
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| Marta Peris y José Manuel Toral, pareja de arquitectos que forman su estudio. |
jueves, 21 de enero de 2016
A la buena vecina
El nombre completo de "La Charca" es el de "La Charca Literaria". Como publicación literaria, pues, quiere dar valor a la letra escrita y, salvo en un caso muy especial, presenta textos desnudos, en los que las imágenes deben ser aportadas en su caso por el lector. Mal acostumbrado por el Facebook, en el que salvo casos excepcionales el reclamo suele venir dado por una fotografía, cuelgo aquí la de Madame Bontout ya adulta. Madame Bontout es la protagonista del segundo mini-relato de la serie "Casi lloré de emoción cuando vi esa escena en el cine" que me publican los de "La Charca Literaria".
lunes, 18 de enero de 2016
A la buena vecina
Llegamos finalmente delante de una casa de vecinos de un barrio de Lyon. No muy alta: dos o tres pisos. La mujer, Simone Lagrange, señala a su interlocutor una ventana:
– Ahí vivíamos nosotros. En ese otro piso vivía Madame Bontout…
Por otra ventana, de otro piso, aparece una señora diciendo a Simone Lagrange que su cara le suena. Ésta le contesta afirmando ser hija de los Lagrange y señalando que, efectivamente, vivió ahí hace tiempo con sus padres.
– ¡Uy! ¡Hace mucho de eso! Sus padres ya murieron, ¿no? Casi ni me acuerdo…
– Sí, así es – contesta Mme Lagrange, quien pasa a relatar unos hechos, de bastantes años atrás, que condujeron a toda su familia a un campo de concentración, donde murieron todos excepto ella.
Los de la Gestapo subieron aquella noche hasta su piso. Les hicieron abandonar todo y descender a la calle para llevárselos. Aprovechando la confusión de la bajada por la estrecha escalera, Madame Bontout apartó con su brazo a la pequeña Simone, intentando salvarla ocultándola con su cuerpo y conduciéndola hacia su casa, pero un gorila de la Gestapo que bajaba tras la niña vio la maniobra, y Madame Bontout se ganó un culatazo de Mauser, que la dejó por el suelo. La otra vecina, en cambio, esa a la que ahora la visitante le ha despertado curiosidad, se apresuró a entrar y cerrar tras de sí, con cerrojo, la puerta de su casa.
Discretamente, la vecina ha dejado ya de curiosear por la ventana, y se ha adentrado en su piso.
Esta es aproximadamente, en el recuerdo, la escena final de las más de cuatro horas de Hotel Terminus (1988). A su realizador, Marcel Ophuls, quien ya largó otro extraordinario y punzante macro-documental con Le chagrin et la pieté (1969), es a quien le explica todo eso Simone Lagrange delante de su antigua casa. En las cuatro horas previas hemos sabido bastantes cosas sobre Klaus Barbie, «el carnicero de Lyon», pero también de otras poco conocidas peripecias posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como la bochornosa ruta de las ratas, una poco edificante «agencia de viajes» que funcionaba con etapa vaticana incluida.
Tras ese conmovedor relato queda oscura la pantalla y entonces surge la dedicatoria del film. Marcel Ophuls le dedica su película a Madame Bontout y, en general, «a los buenos vecinos». Hemos aguantado previamente las declaraciones de gente que deja a las claras el poco trigo limpio que queda por ahí tras algo tan atroz como una guerra, incluso en los entornos mejor reputados. También hemos aguantado saber de las auténticas barbaries cometidas. Pero es justo ante este pequeño, modesto reconocimiento -frase mediante- a la buena de Madame Bontout y a su gesto humanitario, seguramente irreflexivo, protegiendo a la niña Simone, cuando un fluido te presiona con fuerza justo por el interior, parte trasera, de los ojos.
viernes, 15 de enero de 2016
El gran museo
Quirke
miércoles, 13 de enero de 2016
A question of attribution
martes, 12 de enero de 2016
El poder ahora
viernes, 8 de enero de 2016
A lo largo de 45 años
La saga. Cinéastes de notre temps
Muerte en el mar
Si en una entrevista a un famoso le preguntan qué escena de película se le quedó grabada por primera vez, el famoso en cuestión suele responder citando un clásico de esos que los franceses califican con un inapelable incontournable. No es mi caso.
No tengo recuerdos estando a solas con mi abuelo, un hombre que sí, es cierto, amanecía canturreando “El tiempo está fresquíbilis, fresquíbilis… ”, te rascaba la mejilla frotándola con su barba afeitada al uno para alejarse luego cantando, también alegremente, en esta ocasión el Douce France de Charles Trenet, y otras cosas de ese estilo. Pero a la vez, daba muestras evidentes de que prefería ver a los niños a una cierta distancia para que le dejasen leer a su aire y estar tranquilo. Y, en cambio, recuerdo claramente haber ido con él a mis primeras sesiones cinematográficas conscientes. Y digo conscientes porque mi madre ya me llevaba al cine estando ella embarazada o siendo yo un recién nacido. Eso ya requería valor, además de acomodadores tolerantes.
Me veo, pues, mentalmente, sentado con mi abuelo en las butacas rojas de un cine que yo identifico con el Aristos de Barcelona porque, entre otras cosas, era de los pocos cines antiguos que tenía su pantalla orientada hacia el río Besós y no hacia el Llobregat, el mar o la montaña. Estamos siguiendo las peripecias de unos malvados que han secuestrado el barco Santa María, que da título a la película. Hay un niño que viaja con un animalillo muy simpático, un mono que no hace más que monerías. Pero cuando se acerca el final, y ahí va la escena en cuestión, tras venga desgracias, un tiburón está a punto de zamparse a un hombre y, para que no lo haga, le lanzan el mono del niño, que desaparece entre las fauces del fiero animal. En verdad no lloré, pero estuve, compungido, a punto de hacerlo. En esta ocasión, no por lo emocionante de la escena, sino por la desgracia.
Joan de Sagarra recordaba el ruido sordo de los maniatados prisioneros hundiéndose en las aguas del Po. Había ido a los siete años, en París, a ver con su madre nada menos que el Paisà de Rossellini. En mi caso, lo que se hunde en el agua del mar, tiñéndola de rojo, es un pobre mono, en una película a todas luces mala y tramposa, de la que no recuerdo –y ni tan siquiera encuentro– su título completo o el nombre de su realizador, tan lejano a Rossellini.
Hará unos años hicieron una nueva película sobre la peripecia del barco. Supe entonces que quienes lo habían secuestrado eran en realidad unos revolucionarios portugueses y españoles que querían acabar con las dictaduras que campaban por sus respetos en sus respectivos países. Pero esa es otra historia…









































